Dos eran dos, las hijas de Elena;
dos eran dos, y ninguna era buena
Yolanda Díaz e Irene Montero son ministras de un ejecutivo que preside y dirige el PSOE. Ambas proceden de organizaciones diferentes, la primera del PCE e IU, y la segunda de Podemos, pero las dos han materializado que solo junto a la socialdemocracia otanica, borbónica y pro-IBX puede tocarse una poltrona ministerial. El viejo argumento que las cosas se cambian desde dentro del sistema siempre es recurrente si no se explica qué queremos cambiar y hasta dónde. No parece que el socialismo, la república y el alejamiento de la OTAN y la UE puedan conseguirse desde dentro de un gobierno en un régimen como el que padecemos.
Dicho lo cual, cabe preguntarse qué diferencias ideológicas profundas descubre la disputa encarnizada del Sumar del yolandismo con Podemos y viceversa.
No pareciera que las haya, la realidad descrita confirma que el objetivo de los dos bloques es el mismo; llegar a tocar gobierno (el poder ni por asomo) con los compañeros del PSOE y si a éstos le faltan votos para sus mayorías parlamentarias levantar la mano y decir !aquí estamos compañeros».
¿Entonces, para qué tanto revuelo?
Despejadas las diferencias ideológicas quedan las pedestres, las de siempre, las de ver y dirimir quién acomoda las dichosas listas electorales para ver cuántos diputados son de Yolanda y cuantos de Podemos, y eso se traduce en la parte económica inconfesable pero presente de unos y otros y viceversa.
El PSOE acude al desencuentro de sus iguales con cierto pesar y con la incertidumbre de si estas peleas colegiales e interesadas podrán aburrir al electorado.
Hay pánico a que cientos e miles se queden en casa imposibilitando así que les arrimen a Sánchez escaños por su izquierda. Una lástima porque ya habían conseguido de ese espacio político la certeza de que tragan con todo, de que hay buen estómago, y el que sino viene Vox parecía una buena excusa para seguir administrando el sistema.
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