Félix Barroso Gutiérrez
Se abrió el mes que pisamos, sexto del año, el pasado jueves, día 1, festividad de San Justino, San Felino y San Caprasio. En tal fecha, siempre se celebraron las ferias en mis infantiles patrias, en años anteriores y en años sucesivos. Fueron inauguradas e instituidas en 1.931, el primer año en que echó a andar la II República Española. Presidía el Ayuntamiento, conformado por una candidatura de izquierdas, el vecino Fausto Casas Gutiérrez. No hace muchos años, la Administración autonómica le dio la puntilla a los rodeos de ganado y las ferias cayeron en picado. Perdieron su razón de ser y prácticamente muchas de ellas pasaron a mejor vida.
Dudamos de que sea cierto que esa vida mejor se encuentre en alguna ignota galaxia, de la que ningún chalán, ganadero o cualquier otro feriante retornó para contárnoslo.
Pero no vamos a hablar de tales ferias, que esa jornada me fue muy ajetreada con visitas a la ITV y, luego, apalabrados trotes arqueológicos, culminados, pasado ya el meridiano de la tarde, en territorios del pueblo de Guijo de Galisteo. Conocido en la zona por ‘El Guijitu Quemau’ (cuentan que lo quemaron los franceses y largo sería de relatar), atesora vestigios desde épocas prehistóricas hasta períodos tardoantiguos. En ello andábamos, tomando fotos y apuntes, cuando se nos arrojó encima una tormenta de padre y muy señor mío. El todoterreno en el quinto carajo. Salimos a chapesco. Los truenos y relámpagos desgarraban los cielos. Caía agua a raudales. Una vieja tenada, medio derrengada por el paso de los años, nos sirvió de cobijo. Atardecía, pero parecía noche cerrada. La lluvia, venteada, golpeaba con fuerza en las tejas y se colaba por donde podía. Se amollecía la Madre Tierra y se formaban regatillos que se abrían paso entre la broza y el seco pastizal. Vimos caer un rayo en un cercano promontorio. El chasquido fue tremendo. Ni que la piel de la tierra se hubiera rasgado en mil pedazos.
Bien dice el viejo refrán de estos andurriales aquello de ‘Guárdate de las tronás de juniu, que gorpean más c,un puñu’, o aquel otro: ‘Tormentas de juniu, llévilas Dios d,esti mundu’. No cesaba la tempestad. Estábamos intranquilos y a ver quién salía del techado con la que estaba cayendo. Bien acertó el que dijo que ‘solamente nos acordamos de Santa Bárbara cuenda truena’. Me atropellaban en la mente los corros de mujeres, cuyos maridos o hijos andaban desperdigados por esos montes bajo despavoridas tormentas. Se agrupaban en las viviendas de aquellas vecinas que sabían ‘echal el responsu’: ‘Santa Bárbara bendita, / que en el cielu estás escrita / con papel y agua bendita…’ Y me atropellaba también aquel luctuoso día, siendo yo un zagal, en que trajeron al pueblo el cuerpo aburado de Felipe Osuna Iglesias, de 39 años. La chispa había caído sobre la choza donde dormía, al sitio de ‘Valli Pajal’, en el paraje de ‘La Esparraguera’, dentro de la hoja catastral de ‘El Monte’.
La muerte de un vecino, relativamente joven, en circunstancias tan dramáticas, a varios kilómetros del pueblo, en el escabroso berrocal que flanquea el rio Alagón, siempre es un mazazo para toda la comunidad, para la tribu (dicha sea esta palabra con todas las connotaciones positivas) que nos educó desde pequeños y nos encaminó en la lucha por la vida. Eran otros tiempos, cuando nuestros pueblos, aislados, mal comunicados, alejados (tal vez, por suerte) de la civilización urbana, tenían que desarrollar numerosas habilidades sociales para sobrevivir y defenderse. La tribu entera hacía de correa de transmisión y aprendimos a navegar por la vida con nuestros propios remos.
Marcando agujas del reloj las 22,00 horas bien pasadas, la tormenta se fue retirando hacia las altas cordilleras y cada vez sonaba más lejano el tamborileo de los truenos. Los resplandores de los relámpagos seguían iluminando las tinieblas de la noche. En una de esas vivísimas refulgencias, creí ver la ermita campestre que guarda en su interior una valiosa talla policromada de la ‘Virgen de los Antolines’, del siglo XIV. El fogonazo mostró su humilde campana. Al verla, me acordé de las campanas de la iglesia parroquial de mi pueblo.
Fui monago algún tiempo, muy corto. Me cansé enseguida. Pero repiqué varias veces los enormes bronces que eran dueños del granítico campanario. En una de las campanas, se leía ‘fulgura frango’, palabras latinas que decían ‘rompo rayos’. Nuestros abuelos creían que el ‘toqui a truenu’ generaba toda una ‘demuación’ (cambio atmosférico) y alejaba el rayo y los granizos. El sacristán era el encargado de tocar las campanas en cuanto veía venir de camino la tormenta. Pero he aquí que los rayos eran muy devotos de los campanarios, sobre todo los exentos, que estaban situados en la parte más alta de la población y carecían de techo. Por ello, las exhalaciones se cobraban en carne a los que pretendían conjurarlas. En Francia, sin ir más lejos, los datos nos dicen que, entre 1753 y 1786, cayeron fulminados 103 campaneros cuando estaban ejerciendo su oficio. Aunque Benjamín Franklin inventara el pararrayos en el año 1752, todavía tardarían en colocarse por estos pueblos perdidos entre roquedales de pizarras y batolitos graníticos.
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ESTADO PANDÉMICO DE LA REGIÓN EXTREMEÑA
Seguimos sin tener datos de la pandemia en nuestra comunidad. Ello está dando lugar a que la sospecha de un repunte en los últimos 15 días se confunda con afecciones gripales o de otras de carácter respiratorio, pues los pacientes que acuden a consulta no piensan estar contagiados por el patógeno coronavírico. Según información recabada en farmacias y consultorios médicos de diferentes pueblos extremeños, se ha confirmado que la demanda en tests de diagnóstico ha aumentado en los últimos días. Continúan pacientes hospitalizados. A ello se une cierta incertidumbre a nivel mundial, ya que algunos expertos en enfermedades respiratorias auguran un fuerte rebrote para finales de junio, debido a la nueva variante de ómicron XBB, que parece que ya está circulando. Esperemos que no se hagan realidad estas sospechas y, no tardando, nos digan que todo está controlado y que no hay riesgos a la vista.
RADIOGRAFÍA DE LA ACTUALIDAD SOCIOPOLÍTICA
Me comentaba, en cierta ocasión, el paisano Luis Martín Domínguez, tamborilero del lugar, nacido el 25 de agosto de 1909 y perteneciente al núcleo familiar apodado ‘Los Bullas’, que él al alcalde que más tiempo conoció en el pueblo ejerciendo tal oficio fue a Calixto Montero Corrales. Afirmaba que estaría de alcalde cerca de 30 años. Remataba diciendo que entró de alcalde con un burro grande que tenía para atender las cuatro fincas y que salió de alcalde con el mismo burro, ya reviejo y lleno de mataduras. Señal que había hecho poco negocio en la alcaldía. Efectivamente. Yo conocí a ese alcalde y hablé con él varias veces, sobre todo después que dejó el cargo. Me contaba que puso la dimisión varias veces, pero el gobernador civil, que era quien nombraba a tales ediles, no se la admitió nunca. Solo pudo retirarse cuando ya criaba muchas canas. Me parecía un buen hombre. Vistió la camisa azul, como la vistieron cientos de miles de españoles, porque era todo un salvoconducto en los años 40. Refería que a él la alcaldía le costó dinero y, en aquellos años, los alcaldes de los pequeños pueblos no tenían sueldo alguno.
Él vivía de sus olivos, unas cuantas vacas y otras tierras para sembrar, como gran parte de los vecinos, dentro de una zona más bien minifundista y donde no había señoritos cortijeros. Había tenido buenos proyectos en la cabeza, pero, a la hora de la verdad, la Administración franquista hacía lo que le venía en gana. Él era un simple ‘mandao’, al que le obligaban a ejercer el cargo a la fuerza. Hizo lo que pudo, sobre todo ayudar a los que menos tenían, aunque la ayuda era poca. Tiempos eran en que no corría la moneda y los alcaldes de buen corazón, que jamás cayeron en enjuagues caciquiles ni en servilismos franco-fascistas, miraron para otra parte a la hora del estraperlo y contrabando en la Raya portuguesa que practicaban muchos paisanos. Sabían de sobra que era para sobrevivir. Calixto nunca firmó un solo papel que incriminara, sin razones, a cualquier vecino. Respetaba las ideas de los demás y su ideología se basaba en la justicia social y era muy consciente que la libertad de cada cual terminaba donde empezaba la de sus semejantes.
La despótica tiranía franquista desapareció, teóricamente, un día y heredamos, entonces, una monarquía borbónica sin legitimidad de origen, ya que procedía de un régimen dictatorial, brutalmente antidemocrático. A los Borbones los españoles le dieron el finiquito el 14 de abril de 1931. El régimen democrático, lastrado por la monarquía borbónica, echó a andar y, de paso, se puso a blanquear y a amnistiar a muchos criminales y a los crímenes que perpetraron, a sabiendas de que los crímenes de lesa humanidad nunca prescriben. Los alcaldes dejaron de ser elegidos por el gobernador civil y de jurar los principios del Movimiento. Ahora, era el pueblo quien delegaba en los partidos políticos, que buscaban intermediarios para canalizar –eso decían- la voluntad popular. Democracia no directa, pero más fácil de digerir que aquel esperpento de ‘democracia orgánica’, que los conmilitones del ‘Generalísimo’ tenían la poca vergüenza de llamar ‘democracia’ a un sistema cuando solo ellos eran los que tocaban el órgano y se regían por ese ‘Ordeno y Mando’ y buscaban la ‘España Una, Grande y Libre’ con la que soñaban y con la cual sueñan todavía ciertas formaciones políticas acartonadas por las bolas de alcanfor y a las que votan los ricachones y los que aspiran a serlo, aunque no sean más que un enorme batallón de ‘probis jartus de sopas’. Pero, ¡ojo!, que crecen como la espuma, gracias a las ventajas que le ofrece la democracia liberal y burguesa, en la que no creen y a la que socavan y erosionan a la mínima de cambio.
Han cambiado los tiempos, no como quisiéramos, pero se han cimentado libertades y conquistas sociales, con la oposición de los reaccionarios de turno y herederos ideológicos del despotismo analfabeto de la dictadura, cuyo programa máximo ha sido llamar tramposo, ilegítimo, bastardo y otros mil calificativos de la misma calaña al actual Gobierno, tachado de ‘social-comunista, separatista y filoetarra’. No es que sea santo de mi devoción dicho Gobierno de coalición y prueba de ello son mis desencuentros con el mismo, reflejado en mis columnas de opinión. Pero que quede claro (cosa que no tienen muy clara ciertos grupúsculos de izquierdas, que demonizan y se ponen a la altura de los casposos a hora de lanzar pedos y eructos contra quienes deberían ser sus compañeros en un frente común), y digo que quede claro que prefiero, con todas sus meteduras de pata y su falta de roja rojez, a un Gobierno como el que tenemos, manifiestamente mejorable –vuelvo y repito- , que a una coalición de ‘trumpistas’, carcundas, liberales a la violeta, neofranquistas y ultrahispánicos que sueñan con Don Pelayo y el catecismo del padre Ripalda.
En breve, en las elecciones del 23 de julio, la última coalición citada tiene la oportunidad de sentarse en los butacones azules del Congreso. Y si gana, ¡a callar, que los votos mandan! Algo mal habrá hecho la atomizada izquierda para perder en un país sociológicamente progresista. Pero a lo mejor resulta que no puede hacer más; no solo por los poderes fácticos y el establishment, que mueve hilos en la sombra, sino por la oposición de esa Europa como casa común, cuya construcción fue todo un desastre. Ni se supo fundar ni refundarse y hoy presa en las garras del águila estadounidense. Acordaros de Grecia, cuando ganó las elecciones la formación política ‘SYRIZA’, con un programa de izquierda auténticamente transformadora. La Unión Europea puso el grito en el cielo y amenazó al Gobierno griego con sacar a Grecia fuera del euro y faltó poco, con el paso de los meses, de haber troceado a este país y haberlo puesto en venta. En la Unión Europea mandan los neoliberales y ultraconservadores y, con el hostiazo que le dio a Grecia, ya puso en guardia a los demás teleñecos de dicha Unión para que sus experimentos los hicieran con gaseosa (Unamuno ‘dixit’).
Y nos despedimos ya felicitando a todos aquellos alcaldes y concejales, salidos de las pasadas elecciones, que cobrarán buenas nóminas y buenas dietas, porque, en este país, ahora ya cobra hasta ‘Rita la Cantaora’ y cualquier zascandil que haya subido al pódium del ‘edilato’. ¡Ay si levantara la cabeza Calixto Montero Corrales! Treinta años de alcalde y nunca cobró una peseta. Entró de alcalde con un burro grande y salió con el mismo burro que entró. ¿Cuántos ediles quedan hoy de la misma raza que Calixto…?
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Vámonos ya, que, hoy, nos hemos alargado más de la cuenta. Empieza uno a darle carrete a la cabeza y es lo que pasa… Y nos vamos, como siempre, con nuestros poetas, o, mejor dicho, con uno solo, que Ismael Carmona, el extremeño de las Vegas Bajas del Guadiana se tomó vacaciones. Con ‘El Poeta de la Niebla’ (seudónimo que no viene muy a cuento si no se conocen las razones), os dejamos. Nos trae un poema que interacciona con la primera parte de la crónica, verseando sobre tormentas y la fatídica muerte de un paisano a causa de un rayo. Según nos dice, es un poema de su etapa de adolescente, casi rayando su primera juventud. Coetáneo del suceso que se narra en las estrofas.
FELIPE
Corría la voz de punta
a punta del pueblo.
Temblorosa y sombría.
Desbocada tormenta.
La anunciaron las vacas
echadas en el suelo
y haciendo remolinos
con el rabo. Hormigas
también la anunciaron,
trajinando en la boca
de hormiguero. Y el calor
lacerante, y el bochorno
untuoso, como ládano
de jara. ¿Acaso indicios
son estos cuando no hay
nubes en el cielo?
Voces apuñalaban
las calles. ¡Ay, Gelipi!
¡Gelipi, el guarda! ¡Cristu
Benditu! ¡Ay, la canalla!
Mueve la noche alas
negras como el carbón
y pastorea a las nubes
con tortuosa cayada.
A traición, como suele
obrar siempre que está
resabiada. A traición.
Engaña al mismo Júpiter
y le sustrae los rayos.
Homófoba y asesina,
vacía su frustración
en nube anubarrada.
Ahíta de fuego y cieno,
se despanzurra y abura
todo lo que se menea.
Felipe Osuna dormía
sueño del que no espera
lanza que hiere el costado
y que la muerte acarrea
y no está en cruz clavado.
Santa Bárbara tenía
tapones en los oídos
y no escuchó oraciones
de mujeres de la aldea.
En una manta liado,
acarrearon cadáver.
Subía el pueblo detrás.
Bramando iba de rabia.
Nuestro ojo zagalón
lloraba desde lo hondo,
sin vaciar una lágrima.
¿A quién no le escuece hiel
si era de la misma era?
Mozas se lo rifaron.
Fue gallardo a rabiar.
El sino es tornadizo.
Año huía y seguía célibe.
Cuentan que rayo hendió
escoba áspera y vieja
y le fundió cadena
que le pendía del cuello.
Recuerdo de aquella
que con pasión le quería.
Padres, que padres no eran,
porque ricos se creían,
se la entregaron a otro.
Felipe Osuna Iglesias
rumiaba pena en vida.