Félix Barroso Gutiérrez
El 9 de mayo fue hace cuatro días. El pueblo de Palomero, de remotos orígenes, emparentado casi con toda seguridad con la gente que formó parte del asentamiento rural romano que se ubica a corta distancia del actual lugar (paraje de ‘El Palomar’), debió ser la matriz de la actual villa de El Casar de Palomero. El topónimo de esta villa, citado como ‘Casas de la Palumbaria’ bastante después de aparecer en documentos visigóticos el término ‘Palumbarium’, nos expone claramente que El Casar no era sino un conjunto de casas dependientes del núcleo romano o romanizado. La evolución histórica dio lugar, por mil razones que no son objeto de estas líneas, a que El Casar se convirtiera en flamante villa, al establecer su solar en ella las monjas-guerreras de ‘Sancti-Spíritus,’ y Palomero quedase relegado a humilde lugar.
¿A qué viene todo esto? Pues ni más ni menos a evocar la sonada ‘Feria del Campanillu’, que, desde hace muchas lunas, se ha venido celebrando el día 9 de mayo, festividad de San Gregorio de Ostia, en Palomero. San Gregorio, que todo hay que decirlo, fue abad benedictino de un monasterio en Roma, allá por el siglo XI. Acabó siendo obispo de Pamplona. Cuentan que exterminó una terrible plaga de langostas que asolaba las tierras del Ebro. De aquí que muchos pueblos lo tomaran como abogado para que intercediera contra las epidemias que afectaban a los campos. Murió en Logroño el 9 de mayo de 1044.
Conocimos la ‘Feria del Campanillu’ cuando andaba en su apogeo y la verdad no es que fuera muy sonada, ya que el sobrenombre de ‘El Campanillu’ se lo ganó porque solo se oían en el rodeo algunos campanillos de las ovejas. Los paisanos del norte cacereño decían que para que una feria fuera feria en condiciones tenían que oírse los grandes cencerros y esquilones de bueyes y vacas. No es extraño que los comarcanos comentasen aquello de ‘la feria de Palomeru, cuatru ovejas y un becerru’. Una noche de farra, en las fiestas de San Cristóbal, celebradas con mucho rumbo en el pueblo jurdano de Caminomorisco, un buen amigo nuestro, casado en dicho lugar y oriundo de Mohedas de Granadilla, nos cantó la siguiente coplilla: ‘En el puebru Palomeru / han preparau una feria: / dos borregus, cuatru chivus, / una burra y una yegua’. Pero el personal llenaba las tascas y la discoteca que nosotros conocimos estaba tan atestada que no cabía ni un alfiler. Era una fiesta grande. El hecho de coincidir con el patrón del pueblo, San Gregorio Ostiense, realzaba el carácter festivo de la feria.
Cierto sábado de no recuerdo el año anduvimos de comilona en la bodega de Francisco Hernández Martín. ‘Quicu’ para los amigos. Su bodega se aposentaba en la margen izquierda de la garganta de ‘La Arromorá’, en la alquería jurdana de La Huerta. Quico era un personaje quijotesco. Alto, seco como una tarama, despejada frente y de gran inteligencia innata. Dicharachero, cazador al estilo antiguo y un formidable informante del legado de sus antepasados. Fabricaba licores y aguardientes de mil clases con los frutos de sus huertos. Después de grabar cuentos, leyendas y cantares, y de entonar nosotros ‘La Marimorena’ y ‘La Mariblanca’, propuse irnos a la ‘Feria del Campanillu’. Tiempos en que uno andaba soltero. El día estaba pardo, amenazando agua, pero, a media tarde, ya no había pariente pobre y lo mismo daba que chuceara que tronara. Cuatro subieron conmigo a mi ‘Suzuki’, mi primer todoterreno, que casi se conocía con los ojos cerrados los recovecos más apartados de Las Hurdes.
Sus ruedas estaban llenas de callos y de aventuras. Aparte de Quico, subió su paisano Marcelino Sánchez Martín, alegre y buen romancista; el ‘galicianu’ (hijo de la alquería de La Aceitunilla, genial danzarín y tocador de castañuelas) Gonzalo Martín Encinas, y Paulino Iglesias Martín, de la aldea de La Dehesilla (en jurdanu, ‘La Jesilla’), apodado ‘El Concha’ y ‘El Colorón’. Este, aparte de otros oficios, era tamborilero. Me contó tantas cosas y me contó tantas coplas que por ahí andarán; eso sí: guardadas como oro en paño. Animamos los bares de Palomero. Los paisanos nos acompañaban cantando y bailando. Cenamos y recenamos a la salud de ellos. La fiesta fue más que sonada. Cuando nos quisimos dar cuenta, ya estaba amaneciendo. Furrionas de las de antes. Sana confraternidad y las puertas abiertas de par en par. Palomero seguía manteniendo a flote los valores de la antigua hospitalidad. No hace tanto de aquello, pero muchas de las acrisoladas virtudes del mundo rural ya han pasado hoy a mejor vida.
Las ferias rurales, al desaparecer los rodeos, han perdido parte de su encanto y se pretende suplir con otras actividades. Lo que no es de recibo es lo que, por pura casualidad, hemos visto en las redes sociales. No pasábamos a creerlo. Por las calles de Palomero se movían, hace cuatro días, en la ‘Feria del Campanillu’, una serie de personas ataviadas con las indumentarias que se guardan en el Centro de Documentación de Las Hurdes. No son disfraces o atrabiliarias vestimentas para bastardearlas fuera de su contexto, lo que implica pisotear el legado de los antepasados. Esos ropajes se confeccionaron, única y exclusivamente, para representar ciertos cuadros escénicos, ritualizados y mitificados del ‘Carnaval Jurdanu’. Así lo han entendido siempre quienes rescataron esta fiesta de Interés Turístico y se las colocan en emblemáticas fechas. No son indumentos para ser manipulados y cazar votos en épocas de campaña electoral ni para suplantar los valores de la Cultura Tradicional y Popular de la comarca de Las Hurdes. Alguien debe poner orden en esta materia o se acabarán hundiendo en el abismo los ritos y mitos que costó tanto sudor el salvaguardarlos y ponerlos en valor. Con el patrimonio inmaterial de la Humanidad no se juega.
………………………………………………………………………………………………….
ESTADO PANDÉMICO DE LA REGIÓN EXTREMEÑA
En nuestra pasada columna, aparecida en este periódico el pasado lunes, día 8 de los corrientes, comunicamos que el título de la misma desaparecería y volvería a llamarse como en sus orígenes: ‘La Pingolla’. No ha sido así. Y no lo ha sido porque no es cierto que la pandemia se haya esfumado de nuestra comunidad. Ese mismo lunes pudimos leer en un periódico regional, con fecha 6 de los corrientes que Extremadura había registrado cinco muertos por covid en la última semana y que repuntaban los ingresados. Se comunicaba que había 47 personas ingresadas en los hospitales extremeños; o sea, que había aumentado un 89% con respecto a los 25 pacientes del pasado 21 de abril. También, a nivel nacional, habían subido los pacientes hospitalizados, incluso los ingresado en la UCI y se habían producido 65 fallecimientos. Como ya dijimos en su día, la Dirección General de Salud Pública de la Junta de Extremadura dejó de publicar los datos concernientes a la pandemia el pasado mes de abril. Por todo ello, nuestra columna no cambiará de título mientras no sepamos a ciencia cierta que el número de pacientes ingresados en los hospitales extremeños es 0, al igual que el número de fallecimientos. Seguimos, pues, con la ‘Agenda de la Nueva A-Normalidad’.
………………………………………………………………………
RADIOGRAFÍA DE LA ACTUALIDAD SOCIOPOLITICA
En toda Extremadura, y en otras muchas demarcaciones geográficas que no son Extremadura, se han venido llevando a cabo, a lo largo de los tiempos, rogativas ‘ad petendam pluviam’ a numerosos santos, vírgenes y cristos, a fin de que los cielos se abriesen y cayese agua a raudales. Tiempos de sequía. Todavía los siguen procesionando, como hemos visto, hace poco, con la virgen de Bótoa, en Badajoz. ‘La fe mueve montañas’, se lee en la Biblia. Pero como decía un viejo cura, socarrón y con el colmillo retorcido, cuando los paisanos, viendo que el primer novenario de rogativas no había logrado las esperadas lluvias y pedían que se volviera a sacar el santo: ‘¡Mira que sois tozudos! Os empeñáis en molestar al santo. ¡Buena gana!, que yo no he visto nunca que, en los años secos, los cielos se llenen de nubes y lloren a moco tendido, regando con creces los campos’. No llega el agua y las tierras se mueren de sed y, si cae, como ha hecho por la mitad este de esta vieja y arrugada piel de toro, ha sido en forma de tormentas con abundancia de granizos. Peor el remedio que la enfermedad.
No hay que lanzar muchos lamentos, que, ahora, estamos en campaña electoral y los políticos todo lo arreglan. Es tiempo de rebajas y hay que acudir en tromba a las diferentes Administraciones Públicas, hijas del papá Estado, a fin de que los terruños sequerosos o los machacados por el granizo sean declarados zonas castastróficas, con el objeto de apañar algunos euros de la hucha común. Estas peticiones son más seguras que las rogativas. Bien está que se les eche una mano a los que lo necesitan, en especial a los pequeños y medianos agricultores y ganaderos, pero que sindicatos agrarios, donde están los grandes terratenientes, muchos de ellos absentistas, se aprovechen de las ayudas, es toda una afrenta para los labrantines y pegujaleros que están todo el santo día bregando en sus modestas explotaciones. Bastante tienen estos latifundistas con las ayudas que reciben de los fondos europeos, porque la ‘Política Agraria Común’ (PAC), que queda muy bien sobre el papel, es toda una engañifa. De la Europa de los Mercados, que no de los Pueblos, no cabe esperar el rasero de la igualdad y la justicia social. Debe ser fiel a sus principios neoliberales y aplicar las ayudas conforme a las hectáreas que posee cada propietario. El 80% del dinero destinado al campesinado español, más de 100.000 millones, va a parar a manos de los terratenientes. No hace falta que sus tierras estén preparadas para el cultivo. Con constar en el catastro es más que suficiente. Miles de millones a los bolsillos de los tiburones agrarios sin doblar la rabadilla y aunque sus fincas estén llenas de maleza y no den trabajo a un solo obrero.
Vergonzoso, abyecto y oprobioso que se premie a esos herederos de enormes y kilométricas fincas, que son, en muchos casos, herederos de abuelos y bisabuelos que se aprovecharon ilegalmente de las liberales y burguesas desamortizaciones del siglo XIX, cuando salieron a subasta hasta bienes de propios y comunales, agrupándose en auténticas mafias los latifundistas nativos y la burguesía urbana para adquirirlas. Untaron a alcaldes, secretarios de Ayuntamientos y subastadores y se enriquecieron como auténticos Cresos, hundiendo en la miseria a numerosas aldeas, lugares y villas. Todavía no conocemos un solo Gobierno en lo que llevamos con esta democracia sin legitimidad de origen que haya pedido los títulos de propiedad a los terratenientes y que haya investigado a fondo sobre los bienes de Propios y Comunales robados a los pueblos. Ninguna formación política habla de estos asuntos en sus programas electorales.
Cuando vemos en las pantallas a todos esos que se dicen agricultores y ganaderos, manifestándose a lomos de sus potentes tractores o de sus caballos de raza, vestidos con sus trajes camperos, de señoritos de la tierra, agitando las banderas rojigualdas y borbónicas, manifestándose por la subida del salario mínimo a la clase jornalera, a la que sus antepasados explotaron vilmente de sol a sol por cuatro cochinos reales, nos producen arcadas. Sindicatos de la patronal agraria, en los que no solo militan los dueños de miles de hectáreas de terreno, sino también muchos peones suyos y agricultores y ganaderos de poca monta que aspiran a ser un día dueños de una dehesa y un cortijo (como no les toque la lotería, lo tienen más que difícil). Votantes de la derecha y de la extrema derecha, cuyas ideologías se oponen con uñas y con dientes a la nacionalización o socialización de los bienes de producción, a todo tipo de reforma agraria que implique la justa distribución de la tierrSi ellos, capitalistas neoliberales, solo creen en el libre mercado y en el ‘laissez faire, laissez passer’, en la libre manufactura, en los bajos o nulos impuestos y en la mínima intervención de los gobiernos, ¿por qué acuden, entonces, a que las Administraciones Públicas les ampare por los daños de la sequía o del granizo? ¡Hay que ser hipócritas y cínicos! ¡Que se autofinancien ellos! O que, siendo como son, tan católicos, tan de golpes en el pecho y tan de echar billetes en la bandeja que pasan los monagos en la misa (una forma de amortiguar sus remordimientos de conciencia), continúen promocionando las rogativas y procesiones para pedir agua, o encargando novenas a San Gregorio Ostiense para que les libre de las plagas de langosta.
………………………………………………………………………………
Nos largamos ya con nuestro ‘Poeta de la Niebla’, que sigue calentando el sol y hay que buscar la sombra. Como de ferias hablábamos en la primera parte de nuestra crónica, se nos hace entrega de un pequeño poema que nos trae ciertos olores y coloridos de otros feriales de las patrias infantiles. Del poemario ‘Vecinos Míos’.
TURRONERO
Decía, entre cuatro dientes:
-No le asustes con el Coco
y dale al crío un zorrocloco.
Sin que pararas en mientes,
unas migajas crujientes
de alajú daba tu mano,
¡oh, mi meloso albercano!
Tu nombre no lo recuerdo,
pero sí aquel mulso muerdo
en guirlache y africano.
¡Oh, ferias de dulce merca;
recordándoos, yo me pierdo
entre judíos de La Alberca!