Félix Barroso Gutiérrez
REMEMBRANZAS.Tal día como hoy no era domingo, sino que el 16 de abril de 2016 era sábado y la tierra sacudía su ocre corpachón, vuelto monstruo en ocasiones, y temblaban y se venían abajo miles de viviendas en las provincias ecuatorianas de Esmeraldas y Manabi. Un gran puñado de centenares de muertos. A la resignación solo le quedaba esperar a que el próximo terremoto no llegara nunca. Tampoco era domingo el 16 de abril de 1930, que cayó en miércoles y también cayó a tierra, para no levantarse jamás, José Carlos Mariátegui La Chira. Insigne periodista, escritor y filósofo peruano.
Uña y carne de las poblaciones indígenas, otorgó a estas el papel del auténtico proletariado, instándolas a ser las protagonistas de toda una revolución social que las liberara de explotación humana y cultural de las élites latinoamericanas, meros muñecos al servicio de los intereses imperialistas del Tío Sam. Se nos fue con tan solo 35 años. Ni caía en domingo el día 16 de abril de 2007, cuando se produjo la ‘Masacre de Virginia Tech’ en el Instituto Politécnico y Universidad Estatal de Virginia (EEUU), que dejó 61 personas desangrándose en el suelo, entre alumnos, profesores e instructores; de ellas, 32 fallecieron. Otra tragedia más en un país heredero de los que ejecutaron terribles matanzas de indios en el siglo XIX y de los pistoleros que han protagonizado cientos de películas sobre el ‘Far West’. Portar armas sigue siendo, entre los yanquis, algo tan fácil como llevar la cartera en el bolsillo. La belicosidad está servida.
Hoy, día 16 de abril de 2023, es domingo y calienta más de la cuenta el sol. Todavía siguen verdes los campos por estas zonas a pie de monte y por las cercanas donde las sierras levantan sus enormes farallones pizarrosos o graníticos. Pero no hay que cantar victoria ni frotarse las manos. Hace ya varias lunas, demasiadas, que no llueve y comienzan a amarillear las partes más altas de los cerros. Siempre dijeron los campesinos de estas comarcas que ‘abril, al principiu u al fin, sueli sel ruin’. O aquello de ‘¿güenu abril?: unu entri mil, que lus sobrerus, malsinis y traicionerus? Que llueva y llueva con ganas, aunque las agencias meteorológicas no pintan ni un mal nubarrón chorreando lágrimas en lo que queda del mes. En otras áreas más al sur, donde la sequía se enquista desde que el calentamiento global y el cambio climático machacan nuestro planeta y las promesas de los altos prebostes de la política y afines se vuelven agua en una cesta, ya dan por perdidas millones de hectáreas cerealistas si abril no se apiada de las gramíneas. ‘Llueva pa mí en abril y mayu, y pa ti en lo que quea del añu’, también se oye por estos terrenos. Por ello, en el ‘Vocabulario de Refranes y Frases Proverbiales’, del Maestro Gonzalo Correas Íñigo, publicado en 1627, ya se recoge el adagio que refiere que ‘abril y mayo son las llaves de todo el año’.
Cantaba el poeta Manuel José Quintana y Lorenzo, de ascendencia extremeña, a caballo entre la corriente neoclásica y el Prerromanticismo, a su amada y desgranaba dolidos versos: ‘Amor, terrible amor, yo que, en tributo, / te di el abril de mis floridos días, / y tantas veces adorné tu pompa, / detrás del carro triunfador traído…’ Y José Zorrilla y Moral, poeta y dramaturgo decididamente romántico, versea: ‘Ríe y canta mientras dura / la frescura / y la pompa de tu abril’. Pero no es abril tal y como lo riman toda una pléyade de poetas.
Abril es más siniestro de lo que parece. Puede que el único poeta que logró penetrar en sus adentros fuera Thomas Steams Eliot, cuya firma estampada responde a T.S. Eliot. En ‘La Tierra Baldía’ (1922), una magna composición, vanguardista y con un novedoso lenguaje, que levantó numerosas y diversas críticas, traza los siguientes versos: ‘Abril es el mes más cruel, criando / lilas de la tierra muerta, mezclando / memoria y deseo, removiendo / turbias raíces con lluvia de primavera’. /// El invierno nos mantenía calientes, cubriendo / tierra con nieve olvidadiza, nutriendo / un poco de vida con tubérculos secos’. T.S. Eliot hace trizas la primavera, porque abril ya es primavera después de la antesala de los últimos días de marzo, y oscurece la luz, la inmensa y diáfana claridad, la celebración explosiva de los días vernales y la alegría de vivir. Viste de sayal y de mortaja al mes de abril y le impregna de recuerdos dolorosos, donde la muerte guadaña con suma destreza no solo la hierba que pisamos. El despertar a la vida, después de que, en cierto modo, nuestro corazón hibernara en el invierno, nos abre cruelmente las puertas al sufrimiento.
Perder a alguien que se ama profundamente en el cuarto y ficticiamente glamuroso mes de abril, nos marca con un hierro ardiendo, que mantendrá el dolor del recuerdo perennemente. La vida no tiene derecho a seguir su rumbo si abril se erige brutalmente en el mes en que las lilas alcanzan su juvenil floración.
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ESTADO PANDÉMICO DE LA REGIÓN EXTREMEÑA
A fecha 13 de los corrientes, en relación con la pasada semana, nos encontramos con otra semana más en la que no ha habido ningún fallecido por Covid-19. Hay 20 ingresados en los hospitales extremeños, pero en la UCI no se encuentra un solo contagiado. La incidencia acumulada a los 14 días en mayores de 60 años se sitúa en 66,10 casos por 100.000 habitantes. A los 7 días, en 36,18. La Consejería de Sanidad anuncia que, a partir de ahora, ya no se facilitarán datos sobre la pandemia. Lo que no sabemos es si desaparece ya el estado de “Nueva A-Normalidad” o seguimos igual que antes. Mientras no lo sepamos con certeza, nuestra columna seguirá titulándose ‘Agenda de la Nueva A-Normalidad’ y seguirán apareciendo, en el correspondiente fotomontaje en las redes sociales, murales relativos a la pandemia coronavírica.
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RADIOGRAFÍA DE LA ACTUALIDAD SOCIOPOLÍTICA
Más que de vergüenza torera, que nosotros no nos codeamos con los que martirizan animales por pura diversión, habría que hablar de vergüenza política, que es la que debería tener todo político, para evitar caer en las apestosas ciénagas de la politiquería y pasar a la categoría de politicucho o politicastro. Pero ya vemos que, en esta tierra gorrinera, las medallas de oro se reparten como caramelos a la puerta de un colegio. Y afirmamos tal cosa cuando nos hemos enterado que la Diputación Provincial de Badajoz, presidida por Miguel Ángel Gallardo Miranda, un señor que parece tener el carné de ‘socialdemócrata a la violeta’, entregará el próximo día 26 de los corrientes, en Monesterio, la medalla de oro de la provincia de Badajoz a José Antonio Monago Terraza, que fuera presidente de la Junta de Extremadura entre 2011 y 2015.
Las razones que se dan son de auténtico descojone, dicho pronto y mal: ‘Monago representa la alternancia política en nuestra región, convirtiéndose en el primer presidente del PP en la Junta de Extremadura’. Luego se insertan toda una serie de piropos, en relación a los sudores que vertió el susodicho por la mayor grandeza de la región extremeña. Hay un refrán muy antiguo que dice ‘entre bellacos, razón es el engaño’. Más suave queda aquello de: ‘entre bobos anda el juego’. O, tal vez, habría que traer a colación lo de: ‘dos que duermen en el mismo colchón, se vuelven de la misma opinión’ (siendo el colchón, en este caso, el mullido mundo de la política. No pretendemos que se den por aludidos ni uno ni otro de los dos señores citados, pero no me digan ustedes que no resulta extraño que un presidente de una diputación socialista le otorgue una medalla de oro a un señor del PP, por mucho ‘bellotari’ que haya sido, cuando este malversó fondos públicos para ir en avión a ver a su amante, Olga María Henao Cárdenas, guapa colombiana de Medellín y que tenía su residencia en las Islas Afortunadas.
El 16 de noviembre de 2014, en mi columna de ‘La Pingolla’, bajo el título de ‘Monaguerías’, en este mismo periódico, escribíamos párrafos como estos: ‘Cierto es que no solo han sido ríos sino mares los que se han llenado de tintas encrespadas sobre el affaire en el que está metido hasta el cuello José Antonio Monago Terraza, capitán de la nao que surca los encinares extremeños. No seré yo el que se meta en los amores de Monago. Mis filosofías libertarias no entienden de corsés y otras ataduras amatorias. Fue también el pueblo llano el que sacó aquello de “tiran más dos tetas que cien carretas”. No obstante, si en el trasfondo del asunto se han malversado caudales públicos, caiga la hoja de la guillotina democrática, que nunca fue cruenta, sobre el cuello de los condenados y apártenlos, como apestados, de la vida pública’.
Puede que algunos se curen en salud afirmando que más grave es otorgar el Premio Nobel de la Paz a personajes estadounidenses como Theodore Roosevelt (presidente de EEUU entre 1901 y 1908), cuando, siendo militar, se había destacado por sus actos represores, pisoteando los derechos humanos, en la ilegal guerra que el Gobierno de EEUU declaró a España y en aquella otra guerra entre dicho país y Filipinas. O a Henry Kissinger, en el año 1973, siendo secretario de Estado en el Gobierno de Richard Nixon, cuando ese mismo año fue el artífice del golpe de Estado en Chile, derrocando al régimen democrático de Salvador Allende, que fue asesinado, y colocando, en su lugar, a Augusto Pinochet, un sanguinario dictador. O a Barack Obama, en el 2009, ostentando el cargo de presidente de los EEUU, cuando su política no tuvo nada de pacifista, sino que fue un continuo atropello belicista, como lo demuestran las invasiones y bombardeos de las tropas estadounidenses en Afganistán, Libia o Irak.
El cinismo no tiene límites. ¿Acaso no hay en toda la provincia de Badajoz paisanos con un currículum más limpio y más brillante que el de José Antonio Monago Terraza? Cualquier campesino, con las manos encallecidas, honrado a carta cabal, que ha entregado toda su vida a trabajar duro, a fin de sacar adelante a su familia y hacer, así, PATRIA (con mayúsculas, que no es la patria, con minúsculas, de los que tienen todos los días en la boca la palabra España), se merece un millón de veces más esa medalla que no un político que no dio la talla. Pero, claro, todo queda en casa. Algo así como cuando el PSOE, el PP, Ciudadanos y Vox se abrazan férreamente para tirar, en el Congreso, cualquier comisión que intente investigar las ciénagas de la Monarquía o a sus reyes felones y ladrones de cuello blanco u otros tormentosos nubarrones que pongan en entredicho al ‘Régimen del 78’.
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POÉTICA
Echamos el cierre a nuestra crónica con unos versos de ‘El Poeta de la Niebla’, que, al igual que la primera parte de la crónica, tienen mucho que ver con el mes de abril, pero de otro abril más lluvioso en aquellos días de una Semana Santa, que también, como este año, cayó en dicho mes. Del poemario ‘Almanaque’.
EN ABRIL, AGUAS MIL
¡Oh, mi lila y republicano
aniversario! ¡Oh, memorable
gorro frigio y sensuales pechos
de la tobillera que se faja
con estameña tan morada!
¡Y qué caracho de largo manto
que hoy, Lunes Santo, al Nazareno
le ponen las talludas manos
de mis gentes!: Manos de aldeanas
que apuñan y apañan arrugas
a montones. ¡Qué abril lluvioso!
¡Qué ovillos de ceniza guata
corriendo, lientos, por el cielo!
Y en este catorce de abril,
ahóganse lívidas neuronas
(mías por los siglos de los siglos)
en aquella sangre más que roja
con que Tiburcio salpicara
las alpargatas de Severo.
Setecientos setenta y un años
contemplan su santa cabeza
cercenada. ¡Cuánto ha llovido
desde entonces…! Como hoy lo hace,
que parece que han acordado
cielo y tierra en darse un baño
de lágrimas, llorando a dúo.
Deprímense, también, mis hálitos
al sumergirme en la penumbra,
húmeda y gruesa, del gran templo
que amengua al parvo lugarejo.
¡Cómo rimbomba el verbo
bajo las acústicas bóvedas!
¡Cómo miran las viejas tallas
por sus ojos con cataratas!
¡Como Santiago Matamoros
reparte estocadas a diestro
y a siniestro! ¡Y sigue lloviendo
en este lunes ceniciento!
Zollipan párpados celestes
y los de térreos mortales
que crucifícanse, en tal día,
en cruz de cárdena pasión.
Y píntanse, también, mis pálpebras
de umbriosas sombras solferinas,
que elévanme a turbante aporía,
y aporismas garabatean
en mis tobillos y muñecas.
Yo, ciudadano cumplidor
de mi jacintina república,
quiero, humilde, bajo estos ábregos
abrileños, poner el manto
-eternamente, ultraviolado-
a ese Nazareno que, en cueros,
más me parece irrisorio
histrión que el Salvador del Mundo,
al que idolatran los cristianos.
Y quiero ceñirle el cíngulo,
aunque me sienta iconoclasta.
¡No podemos romper el rito!
¡Ni el mito! ¡Ay de aquel pueblo
que pierda su raíz y su sino!:
volviérase barco sin remos,
anclas, timones y pericos.
Por eso, esta tarde ojerosa,
que escupe aguas por sus poros,
deseo fervientemente aunar
(cosas más premiosas se vieron)
el livor de mi tricolor
bandera y el cinzolín del manto
de mi conspicuo Nazareno.
Hoy, sí, cuando abril va mediado
y ya resuenan las matracas
llamando a renovar el ciclo
de la vida y de la muerte.