Félix Barroso Gutiérrez
REMEMBRANZAS.Puse la pasada semana mis pies por los parajes de ‘Las Viñas’, que los paisanos convierten en ‘Las Fiñas’, con aspiración incluida en las ‘s’ finales de palabras o las que, yendo en el medio, se encuentran entre una vocal y una consonante. A cuento de estas dialectologías, se echan en falta las preocupaciones de la Administración regional, especialmente las instituciones que deben velar por la enseñanza y la cultura, con el objetivo de dignificar la Lengua Estremeña (con ‘s’ aspirada). Sabido es que, en enero de 2020, el Consejo de Europa pasa a reconocer dicha lengua, incluyéndola en la ‘Carta Europea de las Lenguas Minoritarias’. Fue todo un momento histórico, ya que es la primera vez que una institución europea la coloca en el mismo rango que otras lenguas, como el gallego, el catalán o el euskera.
Dicho Consejo de Europa emitió un documento en que instaba a la nación española y, como es de cajón, a la Junta de Extremadura, a su conservación y promoción, obligándose esta institución a la preservación de este patrimonio inmaterial y lingüístico. Por más que viene insistiendo el ‘Órganu de siguimientu i cordinación del estremeñu i la su Coltura’, que se creó el 24 de febrero de 2011, para que se ejecute lo dictado por el Consejo de Europa, poco o nada se hace en tal sentido. No existe una asignatura obligatoria de ‘Coltura Estremeña’ en los distintos niveles de la Enseñanza, todos los rótulos callejeros y topónimos aparecen escritos en castellano y no como los pronuncia el pueblo, los documentos oficiales solo se redactan en la lengua oficial y no se hace pedagogía alguna para desterrar ese complejo tan absurdo entre miles de extremeños, que siguen pensando que ellos hablan ‘en baturru’, o sea, un castellano mal hablado, propio de gente palurda y garrula. Hasta que no veamos a los curas echar sus homilías en ‘lengua estremeña’ o a los políticos relatar en la misma lengua sus discursos en la Asamblea de Extremadura, no levantará cabeza nuestra lengua. Y para entonces puede que ya no quede ni rastro de nuestra riqueza lingüística en nuestras villas y lugares.
Decíamos que, hace escasos días, recorríamos el paraje de ‘Las Fiñas’. Mis recuerdos se remontan a otros días de primeros de marzo, cuando si acaso alcanzaba la pubertad. Tiempo de sembrar las patatas y los garbanzos. Esa zona del pueblo era un mosaico de minifundios, denominados ‘genalis’. Fértiles tierras pardogrisáceas o negras, saneadas e irrigadas por un arcaico sistema de acequias. No había vecino en el pueblo que no tuviera uno o dos ‘genalis’ en ‘Las Fiñas’. Un perfil de cultivos muy antiguos, en parte aterrazados, donde, cavando con la azada, no era difícil hallar ‘centellas’ y ‘rayus’ (hachas pulimentadas de épocas prehistóricas). A escasos metros, ruinas de la ermita visigoda de San Albín, junto a un yacimiento de época romana y que conoció etapas tardoantiguas. Mucha cerámica, ara funeraria de mármol, sarcófagos de granito y otros vestigios. En el cerro contiguo, que llaman ‘Cabeza el Moru’, huellas claras del calcolítico. En aquellos días de aquel marzo que se fue para no volver jamás, ‘Las Fiñas’ era un hervidero. Los paisanos se afanaban en la siembra de productos que formarían parte de la despensa no de una economía de subsistencia en su sentido estricto de escasez y de miseria. Se trabajaba con el fin de tener para comer, no con un afán productivista. Por ello, no nos valen los sectarios parámetros con que mide el capitalismo la pobreza.
Pero la globalización, rodillo implacable de la diversidad, lo destrozó todo. Hoy, los liliputienses y feraces huertecillos están, en su mayor parte, devorados por las zarzas y otras malezas. Ya no hay campesinos cavando con mimo la tierra ni niños entretenidos en jugar con las ‘gállaras’ (agallas) de los robles. Observando el casi selvático paisaje, trepa por mis espaldas la melancolía. No diré nunca que cualquier tiempo pasado fue mejor. No soy partidario de dogmatizar ni encasillarme en fijos fotogramas. Soy consciente de que no se pueden idealizar los tiempos pasados, pero creo que la nostalgia es sana, refuerza el sentido y significado de la vida, la pertenencia a un grupo, aumentando, incluso, nuestra empatía y autoestima. Además, las experiencias del pasado nos sirven para batallar contra muchas problemáticas del presente. ¿Acaso no vuelven a sus pueblos bastantes emigrantes jubilados, buscando un reencuentro con sus raíces que, quitando lo bailado, suele ser grato y reconfortante?
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ESTADO PANDÉMICO DE LA REGIÓN EXTREMEÑA
Vuelven los fallecimientos por Covid-19 a nuestra comunidad. Dos nuevos fallecidos: un varón de 99 años, de Aldeacentenera, y otro de 54, de Talavera la Real. El número total de víctimas desde el inicio de la pandemia en Extremadura es de 2.691. La cifra de ingresados en hospitales por la mencionada afección coronavírica es de 22; dos de los cuales están en la UCI. La incidencia acumulada en mayores de 60 años a los 14 días se sitúa en 77,24 casos por 100.000 habitantes. A los 7 días, es de 52,19. Todo indica que la variante de ‘ómicron’ X.BB.1.5 es la mayoritaria en España, que ya alcanza el 40% de los contagiados, cuando hace un mes solo suponía el 9,7%.
RADIOGRAFÍA DE LA ACTUALIDAD SOCIOPOLÍTICA
Sinceramente, creemos que don Joseph Borrell Fontelles, que el próximo 24 de abril cumplirá 76 años y guarda en su cartera el carné del PSOE, se ha transformado en un cabecilla mongol de ‘La Horda de Oro’; o en un dirigente de la Mancomunidad Polaco-lituana o ‘Rzeczpospolita’; o en un general bajo las órdenes de Napoleón Bonaparte; o en un militar con mando en plaza del ‘Ejercito Blanco’ o en el general Agustín Muñoz Grandes, que ejerció el mando de la ‘División Azul’ que ayudó a los naZis en su campaña contra Rusia en la II Guerra Mundial. Todos los citados fueron barridos por los ejércitos rusos. No se explica que creamos en tales transformaciones si no nos escandalizáramos de sus agresivas, duelistas, provocadoras, turbulentas y belicistas declaraciones.
Increíble que su partido, si tuviera la humanidad que debiera tener, no le haya parado los pies. Callan los “pesoístas, y los que callan otorgan. El combativo leridano se ha lanzado de lleno, con un furor casi cainita, contra Rusia, instando a todos los países que conforman la Unión Europea a que vacíen sus arsenales y fabriquen cientos de miles de proyectiles para ponerlos a disposición del ejército ucraniano. No contento con esta clara declaración de guerra a Rusia, ha lanzado la proposición de elaborar un presupuesto conjunto para la compra de muchos más elementos bélicos en los mercados mundiales de armamento. ‘Hay que tener mentalidad de guerra’, afirma sin sonrojarse el alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Seguridad, al que le acaban de retirar la calle que tenía rotulada a su nombre en su pueblo natal: La Pobla de Segur.
¡’Españoles, estamos en guerra con Rusia’! Si no lo sabíais, ya estáis enterados. Todo por obra y gracia de un catalán que por tocar a rebato las campanas se embolsa todos los años cerca de 400.000 euros, salidas de los bolsillos de los ciudadanos de la UE. Ahora, como expresan ciertos analistas, ya se ha dado luz verde a que Ucrania no solo reciba tanques, sino aviones y lo que haga falta. De esto a poner sobre el suelo ucraniano a soldados europeos solo hay que traspasar una línea más delgada que el canto de una hoja de afeitar. Parece ser que hasta que no vean la inflación desbocada y que no pueden ni llenar el fondo de la cesta de la compra o llegar los ataúdes con soldados europeos a sus respectivos países, no despertarán las masas ni sacarán las apolilladas pancartas del ‘No a la guerra’. Estamos, españolitos de a pie, en guerra contra una potencia nuclear. Puede pasar cualquier cosa. La propuesta de Borrell, para que sigan ustedes dormitando y vegetando y sin levantar un dedo contra esa III Guerra Mundial, ha sido aplaudida y acogida con enorme satisfacción por los ministros de Defensa europeos reunidos en Estocolmo durante los días 7 y 8 de los corrientes. ¡Toma allá! Sin consultarlo con los respectivos parlamentos y aún menos con el pueblo llano y soberano.
Sabido es que Noam Chomsky es un estadounidense de dimensión internacional. En su currículum, figuran títulos como: catedrático emérito del Departamento de Lingüística y Filosofía del MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) o catedrático de Lingüística y titula de la Cátedra ‘Agnese Nelms Haury’ del Programa de Medio Ambiente y Justicia Social de la Universidad de Arizona. Pues, hace dos días, este destacado lingüista y activista político acaba de afirmar lo siguiente, en una entrevista en la revista ‘Truthout”: ‘La política oficial de debilitar seriamente a Rusia ha cosechado verdaderos éxitos. Como han analizado muchos comentaristas, por una mínima fracción de su descomunal presupuesto militar, Estados Unidos, a través de Ucrania, está degradando significativamente la capacidad militar de su único adversario en ese terreno, un logro nada desdeñable. Es un filón para los principales sectores de la economía estadounidense, incluida la industria de combustibles fósiles y la militar. En el ámbito geopolítico resuelve –al menos temporalmente- lo que ha sido toda una preocupación durante todo el período posterior a la II Guerra Mundial: garantizar que Europa permanezca bajo el control estadounidense dentro del sistema de la OTAN en lugar de tomar un rumbo independiente y establecer una relación más estrecha con su socio comercial del Este, rico en recursos naturales. No está claro durante cuánto tiempo estará dispuesto el complejo sistema industrial europeo, de base alemana, a afrontar el declive, incluso una cierta desindustrialización, al subordinarse a Estados Unidos y a su lacayo británico’.
No tiene un solo desperdicio ninguna de las palabras pronunciadas por Chomsky. ¿Pero creen ustedes que le van a hacer caso y se van a establecer meses para conseguir la paz, aunque haya que estar siete días con sus noches sin dormir? La única forma de pararle es cuando la ciudadanía europea perciba que se mete la mano en el bolsillo y no saca un solo euro, o cuando vea a sus hijos o nietos en un ataúd de cinz, o, que todo es muy posible, cuando algún artefacto atómico estalle delante de las narices de todos los que han estado callados y consintiendo lo que Noam Chomski denuncia en sus párrafos. Él, de tan aureolada reputación internacional, que no los chisgarabises y cruzados que dirigen la Unión Europea y la OTAN, además, tiene una enorme preocupación por ‘el silenciamiento de la concienciación de que nuestras instituciones nos están conduciendo a la catástrofe’. Si el pueblo no reacciona, que se atenga a las consecuencias.
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Escapando del olor a pólvora que amenaza con extenderse por Europa, buscamos el amparo de ‘El Poeta de la Niebla’, que, para llevarnos por otros mundos muy distintos, nos pasa un fragmento de su poesía ‘Garbanzos’, perteneciente a su poemario ‘Bosquejos de Invierno’, en conexión directa con la primera parte de esta crónica.
GARBANZOS
Caía el Día del Ángel en marzo, a primeros,
yendo el invierno acorralado,
y gozaba el labriego de licencia
para sembrar gabrieles a montones.
Volvíase multicolor mosaico
el terreno agrisado de ‘Las Fiñas’:
feraz, de mucha miga y bien drenado,
donde alcanzaba el minifundio
la expresión más sublime de su esencia.
Cada tesela tenía humilde encanto
y estaba ruralmente humanizada.
Llevaban pulso rítmico los sachos
y triscaban los chachos como cabras.
Doblaban rabadillas los adultos
y los asnos pastaban tiernas hierbas.
Destapaban tarteras bienolientes
y despachaban con ganas las viandas,
arramados en corros fraternales.
Oh, mis garbanzuelos, cómo os acogía,
fiel y maternal, el térreo suelo.
Y, allí, en lecho cálido y mullido
de cenizas de ‘jornija’, ibais muriendo
para, después, resucitar con bríos
y en multiplicadora clonación.
¡Qué tibia tumba de amorosa tierra
en postrer coletazo del invierno!
Barbas no gastabais; ni aun bigotes,
oh pícnicos míos, mis rostros pálidos,
de narices ganchudas y aguileñas.
Imberbes erais, como las patatas
de Chiloé marino, pero, antes que ellas,
ya dormiáis en los surcos de mis gentes.
Fuisteis el menú diario y sustancioso
de patrias con imperio y mendigos
flagelados por tiñas y por liendres;
de años de la España Una, Grande y Libre,
dando siempre bostezos por el hambre.
Y presentes estabais en las mesas
de aquellas nuestras Patrias infantiles
(únicas por las que juré bandera
tricolor, o rojinegra, y sangres mías
daría, hasta la última de sus gotas,
por defender su universal destino) (…)’