Félix Barroso Gutiérrez
Pasó el día de San Pedro, que cayó como siempre: el penúltimo día de junio. Antes de los recios oleajes de la emigración, que quedaron a estas tierras arrasadas, el día de San Pedro hacían los ajustes los amos y los pastores. El que no estaba a gusto con el amo, se ajustaba con otro y echaba a rodar hasta otro San Pedro. Por ello, el viejo refranero de por estos lares refería: “San Pedru, trapisonjeru, cuandu loh pahtórih múan de pelu”, o “San Pedru, zarrapahtrán, cuandu loh pahtórih múan de pan”. O también aquello de “San Pedru, el de la regüerta: loh criáuh salin y entran”.
Se acababa la siega y dejaba de oírse por las surcadas el viejo romance de “La Bastarda”, entonado al compás del movimiento de la hoz, con un ritmo alargado, donde se demostraba quién tenía aguante para sostener con primor las notas en la garganta. Un canto con muchos siglos a sus espaldas, como lo demuestra el hecho que lo hayan conservado, como canto de bodas, algunas comunidades de judíos sefardíes. Los segadores se iban alternando en el canto, por ser largo el romance y de recia sonoridad. Nos contaban antiguos segadores que, en los años de la tiranía franco-fascista, tenían prohibido cantarlo, ya que sus estrofas eran muy desenfadadas, cargadas de gran simbología erótica. Los amos estaban obligados a denunciar a los segadores que tuvieran la osadía de cantarlo. La represión del nacionalcatolicismo era realmente inquisitorial.
Se cambiaba, en julio, la hoz por el trillo (o trilla, que era más común por esta zona). Vueltas y más vueltas a la parva. Siendo muchachos, nos tocó, bajo un sol que nos rejoneaba a placer, echar una mano a los abuelos, aguantando estoicamente, sentados en un tajo de corcha colocado sobre la trilla, y guiando con mano diestra las caballerías. A veces, nos quedábamos dormidos y se salían las bestias de la parva. Nos despertaba el traquetear de los “guíjuh” (lascas de pedernal) sobre el duro suelo. Abuelo Quintín, al que le decían “El Frontinu”, mientras “canteaba la parva con la jorca” (remover y darle la vuelta a la paja), entonaba una tonada que no la eché en olvido: “Trillaol el mi amanti, / trilla en la parva. / ¡Quién pudiera durmil / con él entri lah pájah. / Güelta a la parva, / güelta a la era, / que el sol me poni / la piel morena”. Domingo Rubio Crespo, que “en groria ehté” (expresión para dar entender que ya falleció una persona), jurdano de la alquería de El Cerezal y que atendía mejor por “Tíu Mingu”, un excelente tamborilero y que fuera gran amigo mío, lo ajustaron sus padres como “trilliqui” (trillador) siendo un “dagal” (muchacho).
Él me cantó curiosas coplillas que se tarareaban en tiempos de trilla, donde los amos no salían bien parados y en las que se pone de manifiesto cierta cosmovisión geográfica de la antigua comunidad pastoril que habitaba las serranías de la legendaria comarca de Las Hurdes: “M,ajuhté cumu trilliqui / con un amu cumu un puñu. /No m,acomuergaba el papu, /lo aperchugé embaju el trillu. / Quedal con Dióh el siñol; / yo nun guervu pa éhtuh páguh. / Con el triqui, triqui, triqui, / con el triqui triquiteiru; / el que quiera ámuh jurríñuh, / pa Ehtremaúra hay un cientu”. Y proseguía cantando con su arcaica cadencia: “M,ajuhté cumu trilliqui / con un amu cahtellanu: / el vinu ehtaba picau / y el tocinu ehtaba ranciu. / Con el liendru, una calienta, / pa que s,acuerdi de Chagu. / Con el triqui, triqui, triqui, / con el triqui triquiteiru; / el que quiera amuh jampónih, / en Cahtilla hay cuatrociéntuh”.
Antes de agonizar por completo la faena de la trilla, ya se iban olvidando los viejos cantos que, durante generaciones, acompañaron a las tareas campesinas. Se imponían los cuplés que se escuchaban en los diminutos transistores y muy pronto Manolo Escobar se adueñó de las parvas. Con la mecanización del campo, ni siquiera los cuplés, sino solo estridentes ruidos metálicos que continúan contaminando acústicamente el paisaje agrario. Es la cuota que hay que pagar a la modernidad y el progreso. Se acabaron las hoces y los trillos y estamos asistiendo a la desaparición de los últimos testigos de unas formas de vida, donde el trabajo manual y la cultura oral eran recias pilastras que sostenían las comunidades agrarias. En ellas, vimos la luz muchos de nosotros. No hay vuelta de hoja. Todo intento de recuperar aquello no deja de ser algo impostado, artificioso, pues no va acorde con unas cosmovisiones que ya periclitaron. Ello no es óbice para que se organicen encuentros etnomusicológicos, folklóricos y otros relacionados con la antropología y cultura oral; pero solo se podrá llegar a un cénit o catarsis emocional si el pueblo es actor y no espectador. Tristemente, esto no lo interiorizan muchos y, si se tiene la desgracia de que se infiltren en estas recreaciones sujetos descerebrados, lo único que se consigue es que manchen todo lo que tocan o prostituyan lo recreado.
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El repaso a la situación pandémica en nuestra comunidad extremeña nos sigue ofreciendo cifras de contagio en alza. Se contabilizan 2135 casos positivos desde el pasado día 5 de los corrientes. Hay 182 personas hospitalizadas, de las cuales siete están en la UCI. La incidencia en mayores de 60 años se encuentra entre las más altas del país: 1.739,90 casos por cada 100.000 habitantes a los 14 días. En los últimos siete días, se han registrado 18 fallecimientos: siete mujeres y 11 hombres, entre 53 y 98 años. El número total de fallecidos desde el inicio de la pandemia es de 2.464. Algunos medios regionales notifican que 20 sanitarios se contagian diariamente en esta séptima ola. La pesadilla no termina y los extremeños siguen ahormados por una incertidumbre que les abruma al ver que los casos siguen aumentando, pese a estar en el propio rigor del estío, que, en los dos años anteriores, aflojó de manera ostensible. Ahora, cuando todo hacía suponer que la batalla se estaba ganando, el covid-19, con sus variantes y subvariantes, muestra músculo y gana terreno. Atentos a los datos.
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Abrimos las compuertas de la tercera parte de la crónica, siempre polémicas, pues polémico es ya de por sí el entorno sociopolítico que nos rodea. Hace ya 20 días que el pueblo andaluz acudió a las urnas, a fin de votar a sus diputados regionales. La cita electoral registró un 42,6% de abstenciones. Cifra muy elevada, lo que implica cierto desencanto con la política. La derecha (PP), por primera vez en esta etapa democrática, la que tenía que haber enlazado con la democracia instaurada en la II República y no con una monarquía heredera de una tiranía, se alzó con la mayoría absoluta. La izquierda hincó el pico. Mucha falta de autocrítica por parte de esta, que llevó incluso a algunos dirigentes locales y no tan locales a consolarse con aquello de que “bienvenido sea el PP, que, al menos, ha frenado a la ultraderecha”. ¿Pero acaso esa ultraderecha, encarnada en Vox, hijo putativo del PP, no tiene ningún peso específico en el Parlamento de Andalucía?
Lógicamente, el PP podrá hacer y deshacer a su antojo. No necesita a Vox para nada. Sin embargo, tampoco le es tan necesario cuando la ideología ultraderechista de Vox es prácticamente compartida por una inmensa mayoría de la gente del PP. Por la rama de un árbol corre la misma savia que por su tronco. Lo estamos viendo día tras día, ya fuese en los gobiernos de coalición PP-Vox o en infinidad de declaraciones de sus dirigentes. O de la gente de a pie, militantes o simpatizantes de esas dos formaciones políticas. En el momento que le rascas a alguno de ellos, supura por su piel un fluido verdeazulado que retrata a la perfección el haz y el envés de su entramado ultraconservador, con mucho trumpismo a cuestas y muchos tics de rancio ultranacionalismo hispánico.
La izquierda a la izquierda… ¿de quién? (habría que hablar mucho para obtener una respuesta válida), como nos tiene acostumbrados, convertida en un reino de taifas, donde la fraternidad republicana se transforma en hostilidad entre los reyezuelos, que se envuelven en sus mantos ególatras y egocéntricos. Esta hostilidad la vemos, día a día, hasta en publicaciones con un cierto pedigrí de pureza izquierdista, por donde suelen pulular ciertos sujetos, aferrados todavía a la “dictadura del proletariado” y manipuladas por su propio y dogmático subconsciente, que no saben otra cosa que lanzar puyas contra compañeros ideológicos. Rompen hostilidades por un quítame allá esas pajas y, luego, toda una legión de desarrapados les jalea con sus comentarios de gramática parda, aullando como manadas de lobos en la estepa siberiana. Como es de suponer, no vamos a meter al PSOE en estos fregados, pues ya hace lunas que perdió la relevancia para autotitularse de izquierdas, aunque nos consta la honestidad socialista de muchos de sus militantes de base, a quienes les faltan redaños para dar el puñetazo sobre la mesa y poner los puntos sobre las íes.
Nos referimos más bien a los morados que comparten la dirección de mandos en el Gobierno de la nación. Cada día vemos con mayor claridad el doble juego que se traen. ¿Qué es lo que pretende y busca la señora Yolanda Díaz Pérez, vicepresidenta segunda del Gobierno y miembro de Unidas Podemos? Hace poco, Miguel Ángel Revilla Roiz, el empático y atípico Presidente de Cantabria, que fuera, en su juventud, militante de “El Movimiento” y del sindicato vertical franquista, comentaba que “Yolanda Díaz tiene un discurso mucho más moderado y sensato que Pablo Iglesias y puede tener un éxito relativo”. Personalmente, vemos a esta señora con un gran parecido a Úrsula Gertrud von del Leyen, la belgo-alemana que actualmente es la Presidenta de la Comisión Europea y que puede presumir de ser el halcón más rapaz de todos los halcones de la Unión Europea, cuando antes era una palomita blanca con el ramo de olivo en la boca.
Pero fue extenderse la mecha, que ya llevaba encendida desde el 2.014, de la guerra de Ucrania y lanzarse a degüello sobre Rusia. Otro tanto le ha ocurrido a nuestro amigo Sánchez, el que dirige los destinos de esta democracia de mascarilla con pin de bandera borbónica. Úrsula siempre ha pretendido quedar a bien con todos los colores del arco iris de la UE: populares, socialdemócratas, liberales, reformistas, verdes, la izquierda…, a fin de tapar sus meteduras de pata. Y Yolanda, que tan arrobada y acaramelada se pone dando besos en la mejilla a Sánchez, parece emularla, salvando las distancias. Pero de ello ya hablaremos en la próxima entrega, que se nos va el tiempo, se nos acaba el folio y viene calentando, aunque por aquí, en los septentriones de Extremadura, no arree tanto como en la Extremadura a la que se refería “Tíu Mingu” en sus cantares de trilla y que ya desgranamos más arriba.
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Llega la hora de los poetas y buscamos presto el fresco de sus abanicos poéticos. Ismael Carmona García nos abanica con la última parte de su poema “Pan i Verea”, perteneciente al poemario del mismo nombre. Exclama muy alto, en “Lengua Estremeña”, que él es el viejo dios de las encinas y las dehesas. Pero leed con detenimiento sus sustanciosos versos y acabaréis de entender su relación de amor y rebeldía con nuestras tierras extremeñas.
PAN i VEREA
So una piel con un hatu
acolmau de pobremas
que ajorra los sus pies
por alfombra d’erizus roxa.
95 So un celebru que aborra
el amargosu pensaeru
despercuyendu con lexía
arremolleciendu-mi nel agua aluná el veranu inessestenti
i oreandu-mi al criminal solatu.
100 So igual que un día d’iviernu
ena metá d’agostu
i deriju la mi mirá
por cima tolos que s’arrizin
con un risoriu más grandi entovía
105 que’l estrumpiciu los barrenus.
So el frutu antigüíssimu al que naidi frorea.
So un contraoplita sentau ala fresca.
Soi tolos reflanis sin rima o cencia.
So el gaspachu que gastan las cigüeñas.
110 So delos inorantis la su temibli chilraera.
Soi el vieju dios las enzinas i las hesas!
Soi verbu, huegu i carni azea!
Dai-mi entoci pan i verea!
Por su parte, “El Poeta de la Niebla” nos ofrece un corto y nebuloso poema (“Trillador”; de su poemario “Vecinos Míos”), donde, echando manos de variopintos simbolismos, conforma al modo de un poema surrealista. Toda una glosa de la primera parte de esta crónica.
TRILLADOR
Cual peonza, vuelta y vuelta
sobre el pan sacramental.
En el alto celestial,
está la pelota suelta,
que clava, lacre y esbelta,
sus ardorosos rejones
en hostia de carraones.
Siguen, en greña, los bailes
y, al cabo, se vuelven frailes
aquellos rubios rubiones.
¡Oh, zagal de los setenta,
qué mareo de cangilones
con tanta trigla y avienta!