Antonio Marcelo Vacas/Carlos A. García Onieva

Un depósito algo considerable de agua, detenida en el terreno, de forma natural o artificial. Esa es la definición de charca. Esa agua, que en principio según su cantidad, es apta para albergar algunas formas de vida, poco a poco pierde su oxigenación, se va evaporando y termina por desaparecer, llevándose así a los organismos que allí habiten. Si es artificial, la charca será debidamente repuesta con algo de agua cada vez; si natural, será la lluvia la que, con suerte, reponga sus existencias.
Extremadura, una de las regiones que contaban con más posibilidades de despuntar económica y socialmente al inicio del Estado de las Autonomías y del proyecto de integración europea, es hoy una de las regiones más pobres y empobrecidas y con peor futuro del continente, cola de la que nunca ha salido, declarada recientemente además por las instituciones comunitarias como en vías de desarrollo.
Una tasa de paro estructural de las más altas de la UE, especialmente juvenil; enormes bolsas de trabajo precario, estacional y temporal, entre los/as afortunados que tienen trabajo; sectores productivos, donde la industria brilla por su ausencia, dependientes en exceso de fluctuaciones e intervenciones externas, o de la intervención de una extensa y parasitaria administración pública que gasta pero no invierte; ausencia de innovación aplicada al desarrollo endógeno de nuestros recursos; un mercado de trabajo estancado y poco competitivo, donde los mejores perfiles, si no conocen a la persona adecuada, o están en el sitio y momento justo, o se ven abocados a emigrar; una de las tasas más altas de Europa de población en el umbral de pobreza o directamente en la exclusión social; y un sistema universitario que no está acoplado ni encuentra las facilidades necesarias como para que se engrane de forma exitosa con nuestros sectores productivos, los que son, y los que deberían ser.
Este estado de cosas hace que nuestra sociedad semeje el estado de aquella charca; acotada artificialmente, difícilmente habitable, y respirable a duras penas, que espera como maná cualquier aumento presupuestario en tal o cuál línea de actuación inversora, cualquier plan de empleo, social o de capacitación, que quite el agobio existencial de las riadas de desempleados/as que habitan nuestros pueblos y ciudades, aunque sea por unos meses; una subvención para iniciar alguna actividad económica; una subvención, o la intervención de la administración, para mantener esa actividad (como los medios de comunicación, muchos de los cuales no podrían tenerse en pie sin los contratos, o convenios, de las administraciones)… Y así todo.
¿Hay salida para esta Extremadura incomunicada y aislada en la que el agua se pudre y seca, cada vez hay menos oxígeno, se han perdido tantas oportunidades y no ha cuajado ninguna de las “modernizaciones” que nos iban a poner al frente de España? ¿Y las espuertas de dinero que entraron desde Bruselas cuyo gasto no se justifica meramente a través del hormigón y el asfalto? ¿Y toda nuestra creatividad, esfuerzo, saber hacer? Extremadura es esa charca.
Y tenemos la sensación, no peyorativa, sino casi descriptiva dado el enquistamiento natural que produce el estancamiento en el poder durante tanto tiempo, de que Extremadura es esa charca por el resultado del binomio de un PSOE, cada día más degenerado, adicto al poder + el poder en sí materializado en la Junta de Extremadura, y de que ese PSOE, para perpetuarse al frente de la institución, ha cerrado lazos con las líneas más inmovilistas, conservadoras y hasta elitistas de la sociedad extremeña que ya el propio partido representa perfectamente después de más de tres décadas de dominio político y social a través de la práctica de un caciquismo clientelista, sectario y antidemocrático que ha permitido a un considerable número de sus militantes desclasarse y enriquecerse, con sus máximos dirigentes encabezando el listado de nuevos ricos.
Por no moverse, aquí no se mueve ni la C.N. de Almaraz, a pesar del terrible daño humano y ecológico que lleva produciendo en Extremadura.
La Administración regional, excesiva en burocracia y fuertemente clientelista, a su vez, está moldeada a imagen y semejanza de las necesidades del partido que la ha presidido siempre con una breve excepción, y a su forma de entender la política, y al papel omnipresente de las instituciones, y a su relación tutelar con la sociedad, más que a las necesidades del pueblo y la sociedad extremeñas: desarrollarse, emanciparse, salir de la pobreza, tener esperanza de progreso individual y colectivo, y respirar fuera de la charca, dejar de tener miedo a caer, no mendigar más un trabajo, no tener que cabildear lastimosamente una ayuda…
Extremadura es una charca y además es una charca artificial en la que, convenientemente y cada cierto tiempo, se abre un poco la válvula del agua para calmar la sed y el hambre de los que son más pero tienen menos, no se vayan a levantar, precisamente de los mismos que tienen acotada ese agua de forma bien cerrada, estancada y siempre a mano, no vaya a ser que en ella entre de repente demasiada corriente, o, mucho más dramático, se seque del todo y ya no haya de dónde beber.
¿Hay salida? Muy difícil, porque la salida es que las opciones de progreso, que saben de esta necesidad urgente de cambio estructural en Extremadura, se hagan fuertes en sus respectivos partidos, militen donde militen, y reivindiquen la necesidad no de renovar, sino de transformar radicalmente nuestras formas de organizarnos, entender nuestro lugar en el mundo, hacer funcionar las administraciones… Una nueva cultura, social y política para relacionarnos y gobernarnos como sociedad, caso contrario de las altas cotas de pobreza que padecemos, pasaremos a la pobreza más absoluta y a la absoluta marginación.