La cuota de odio

David Gistau

LA NECESIDAD de amor lo mismo invalida para el poder, los matrimonios de larga duración y el periodismo de opinión. Como dicen los argentinos, hay que «bancarse» una cuota de odio que crepita en la freidora de internet y que siempre será preferible a la indiferencia. Hay a quienes ese odio inyecta energía. Y los hay que sucumben como si tuvieran una concepción profética, evangélica, de sí mismos y no pudieran soportar no ser amados por todos todo el tiempo.


Esta semana, han hablado dos personajes que, cada uno a su manera, fueron protagonistas del 11-M, y que gestionan de forma distinta la falta de amor obtenida por sus actos. A Aznar no sólo no le importa. Sino que ha convertido sus escasas apariciones de personaje ya superado en una tronante vindicación de sí mismo, impermeable a la duda, que resuelve la incomprensión general ante las decisiones que le llevaron a Azores invirtiendo el célebre pasaje del Cantar del Mío Cid: «Qué buen Señor si tuviera buenos vasallos».

Diferente es el caso de Iñaki Gabilondo quien, alumbrado por una luz crepuscular que invita a la introspección y el balance, confiesa con «tristeza» que no soporta el odio que percibe en cierta porción de España bien identificada en su cartografía sectaria. Gabilondo lo atribuye a sus filípicas contra la Guerra de Irak, como si ahí buscara el prestigio de un sacrificio por una poderosa razón moral que hiciera más llevadero el castigo: «Perdónales, padre, porque no saben lo que dicen». Pero resulta que contra la Guerra de Irak estuvo y se pronunció una inmensa mayoría de españoles, votantes del PP y medios de comunicación liberales -no todos, pero sí muchos- incluidos. Por lo que es difícil creer que nadie se quemara hasta tal punto por participar de aquella protesta en la que Aznar no atendió a su pueblo, sino a sus propias ínfulas. No. Fue otra cosa la que deterioró la imagen de Gabilondo de un modo que le mortifica, que le persigue. Y que demuestra que eligió mal cuando, como le ocurre tarde o temprano a todo periodista, le fue planteada la tentación fáustica de servir a una bandería o a la honestidad. En plena jornada de reflexión, Gabilondo dio en la radio la falsa noticia de que en los trenes había cadáveres de suicidas, depilados como es costumbre de los que van a encontrarse con las huríes, con la que se completaba la campaña de agit-prop urdida por el PSOE para sacar provecho político del atentado. Le salió bien, contribuyó a la victoria de los suyos y dejó satisfecha a su empresa, que luego le auxilió con la coartada de un premio Ondas. Pero es que encima pretendía ser amado, por todos, todo el tiempo.

 

Comentarios
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Anónimo   |2010-01-24 12:55:47
Dificilmente puede encontrarse a un periodista más sectario, vil, manipulador y
vendido que Gabilondo.
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