Félix Barroso Gutiérrez
Anteayer, sábado, con una tarde que amenazaba agua pero que no soltó ni una lágrima, pateaba los parajes de ‘La Mesa de los Ladronis’ y ‘Cabeza del Lobu’. Cierto que, a veces, como habla un dicho antiguo, ‘al leñador le sale caza y al cazador le sale leña’. Mis pasos iban tras ciertos apuntes etnoarqueológicos que figuraban en mi carpeta. Mira por dónde, al saltar a una calleja, topé con un paisano, cuya fisonomía no me sonaba de nada. Él, en cambio, sí me conocía. Me decía: ‘-Te he vistu en la tilivisión’, y sabía de ciertos pelos y señales sobre mi persona. Después de hablar sobre el mundanal ruido, me metí en harina y comencé mis indagaciones.
Se puso en guardia y me espetó: - ¡A mí no te s,ocurra sacalmi en los papelis! No me quiso dar su nombre: -‘Con que sepas que soy ‘El Canu’, tienis bastanti’. Entre pitos y flautas, me sorprendió cuando me dijo que me iba a cantar una copla muy antigua. –‘Siguru que no la has oyíu’. La sorpresa fue mayor cuando me percaté que lo que entonaba era una rara versión del romance ‘El Testamento del Pastor’. Algunas irregularidades métricas y canto monódico, que seguro que no le hubieran hecho gracia a don Íñigo López de Mendoza y de la Vega, Marqués de Santillana, pues, en su ‘Proemio e Carta al Condestable Don Pedro de Portugal’, sanciona con acritud a ‘… aquellos que, sin ningún orden, regla ni cuen, facen estos romances e cantares de que las gentes de baxa e servil condición se alegran’.
Y también habrían echado pestes ciertos modernos popes y colectores de cantos tradicionales, acostumbrados a acuchillarse entre ellos con puñaladas traperas, pues cada uno de ellos quiere erigirse en ser más sabio y doctor que el otro y no permiten que nadie se les suba a las barbas. Si alguien asoma el hocico, le acusan de hereje y hacen bueno aquello de ‘piensa el ladrón que todos son de su condición’.
Hablando de la tradición oral, no puedo por menos que traer a la memoria la figura de Ramón Díaz Santos, que se nos fue de nuestra vera el pasado 13 de febrero. Peinaba ya 84 primaveras. Fiel y solidario compañero de la ‘Corrobra Estampas Jurdanas’. Pastor de ovejas desde pequeño. No aprendió a leer y a escribir hasta que no fue a la mili. Gran inteligencia natural. Un hábil y creativo artesano de la madera, el asta y el corcho. Un experto en cuestiones etnoveterinarias y etnobotánicas, como parte del saber heredado de antiguas generaciones pastoriles. Su prodigiosa memoria atesoró lo que oía a sus mayores, fundamentalmente a su madre, Tecla Santos García, cuyo caudal romancístico debió ser caudaloso.
Ramón decía que él no tenía gracia para cantar. Pero sí que la tenía, y mucha, para declamar. Cada vez que nuestra ‘Corrobra’ recorría pueblos de la geografía española o portuguesa, allí estaba él, ataviado como los pastores de pasados tiempos, recitando viejos romances en los escenarios, ante los ancianos de las residencias o en cualquier plaza o taberna. Un excelente amigo, al que se le humedecían los ojos si salían a relucir los años aciagos, cuando España era un cuartel y una oscura y húmeda cárcel donde se pudrían honrados y patriotas españoles por haber defendido la legalidad constitucional. Su madre, y otras mujeres, por rojas y republicanas, fueron purgadas con ricino y peladas al cero por un esbirro fascista que manejaba con soltura las tijeras de esquilar burros. Días más tarde, junto con miembros de la Casa del Pueblo y los concejales del Frente Popular, cuyo alcalde era Mateo Cabezalí Santos, tío de Ramón al estar casado con una hermana de su madre, fueron subidos a la camioneta.
Condenados a muerte sin haber hecho ningún mal a nadie. Gracias al presidente de la comisión gestora (sustituyó a la corporación democrática), Fulgencio Corrales Martín, hijo y médico del pueblo, y a Rufino García Flores, cura párroco, se evitó la masacre. Los verdugos, cuadrillas de facinerosos bravucones, venidos de fuera y alentados por los golpistas (espadones, terratenientes, gran parte de la Iglesia Católica, la derecha política y económica, caciques de la zona o las milicias parafascistas), tuvieron que largarse con el rabo entre las patas y no volvieron. Los 22 vecinos condenados sin juicio, pequeños campesinos o jornaleros que a nadie le habían levantado la mano, pudieron respirar tranquilos. En otras localidades cercanas, se produjeron auténticas matanzas.
Ramón era un hombre de paz, dialogante y respetuoso con los que tenían otras ideas. A su lado, se acababan las tristezas. Soltaba un chascarrillo a la primera de cambio o te regalaba con cuentos picarescos, acumulativos, realistas o maravillosos. Les salían si querer por su boca. Auténtico saber popular. Sirvan estas líneas de humilde homenaje a esta gran persona, siempre voluntarioso, leal amigo de sus amigos y entrañable compañero de la ‘Corrobra Estampas Jurdanas’. Descansa en paz.
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ESTADO PANDÉMICO DE LA REGIÓN EXTREMEÑA
A fecha 19 de los corrientes, en los hospitales extremeños hay 54 personas ingresadas por covid-19. Ello indica que, desde inicios del presente mes el porcentaje ha subido un 14,8%. De los ingresado, uno de ellos se encuentra en la UCI. Del mismo modo, se notifican 4 fallecimientos desde la última semana. No se especifican por parte de las autoridades sanitarias en qué zonas sanitarias se encuentran los ingresados ni a las que pertenecen los fallecidos
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RADIOGRAFÍA DE LA ACTUALIDAD SOCIOPOLÍTICA
Huyendo del tráfago y la bullanga electoral, nos pide el cuerpo, chamuscado por dentro, a causa del pavoroso incendio iniciado en Las Hurdes, comarca a la que estamos emocionalmente muy unidos, y que ha acabado pos saltar a la Sierra de Gata, traer a este periódico, donde jamás nos quitaron ni una coma, una carta enviada a ciertos medios regionales y que no ha sido publicada. Nadie nos ha explicado los motivos. He aquí la carta:
¿DE QUÉ PINO HABLAMOS?
“No del quinto pino, ni de hacer el pino ni de aquella moza que era más alta que un pino y más tonta que un gorrino. No. Hablamos de las 35.000 hectáreas de montes comunales que ilegalmente fueron arrebatadas a los hijos de Las Hurdes por la dictadura franquista en los años 40 del pasado siglo. Las confiscaron, las acotaron y emprendieron una masiva y abusiva repoblación con dos árboles prácticamente desconocidos en la comarca: el pino negral y el eucalipto. Flagrante delito, pues los terrenos comunales son inalienables, inembargables, indivisibles, imprescriptibles y no están sujetos a tributación pública. Hundieron las principales fuentes de subsistencia de los jurdanos: la cabaña caprina, el carboneo del brezo, los ‘rozus’ para sembrar el centeno y el mijo, el aprovechamiento de leñas gordas y menudas… Las cabras, que rondaban las 40.000 cabezas en los años 30, se redujeron a la mínima expresión. ¡Como para tenerle cariño al pino y al eucalipto! Varios encargados de aquella dictatorial repoblación, nombrados a dedo por los jerarcas fascistas, aprovecharon para catastrar a su nombre un buen número de hectáreas comunales. Aún no han devuelto los terrenos.
En estos momentos (12,00 horas del día 19 de mayo de 2023), el voraz y pavoroso incendio que comenzó a arrasar Las Hurdes antes de ayer, al anochecer, ya ha saltado a la vecina comarca de Sierra de Gata. La tea o la mecha fue perfectamente planificada mientras jugaba el Real Madrid con el Manchester City. Los que prendieron fuego al monte sabían bien lo que hacían. No tenían ni un pelo de tontos. Conocían perfectamente el terreno y tenían datos climatológicos en la mano. Hablan de mafias de madereros confabuladas con gente de la zona. En otros incendios que han arrasado la zona, se vieron a altas horas de la noche grandes camiones cargados de madera. Las llamas queman la cáscara del pino, pero no la madera, que es aprovechable, pero se paga a un precio mil veces inferior que la talada en fresco.
Hoy, cuando la feria de los tránsfugas, ególatras, narcisistas, conversos, egotistas, chaqueteros, personalistas, buhoneros y vendedores de crecepelos, tan prolíficos entre la clase política, está en su apogeo y vende con cierto éxito gato por liebre, la comarca jurdana sigue ardiendo. Hoy, cuando las masas desinformadas, no ilustradas y deslustradas se van preparando para votar con las tripas y no con la cabeza el próximo 28 de mayo, la Sierra de Gata sigue ardiendo. Puede que estos saltimbanquis de la política, tan amigos de meter la cabeza donde haga falta con tal de tener los riñones bien forrados, conozcan la solución para estos asoladores fuegos que devastan nuestras tierras un año sí y otro también. Estamos esperando oírles.”
Mucho más habría que hablar sobre esas más de 10.000 hectáreas que se han calcinados en las sierras del norte extremeño. Cierto que los jurdanos, de manera especial, han tenido tropecientas mil razones para ciscarse en la maldita repoblación forestal con especies alóctonas. Hubo ayuntamientos de la comarca, en pleno estado de sitio declarado por el Estado franco-fascista, como fueron los primeros años 40 del siglo XX, en que, habiendo mostrado su adhesión a tan sanguinario régimen, llamado eufemísticamente ‘El Movimiento’ (no se movió de sus cimientos tiránicos en 40 años), se vieron obligados a lanzar duros alegatos contra los gobernantes. Sus convecinos eran arrojados al contendor de la miseria, al igual que ellos, pues se les cortaban las fuentes de su subsistencia, obligados inquisitorialmente a no poder pisar sus miles de hectáreas comunales. Sus ganados no podían pactar en ellos ni podían sembrar centeno (el pan que comían) en los valles y laderas más suevas de las sierras.
Bien creían que se había urdido un plan diabólico y deshumanizado para echarlos fuera de sus montañas. A ellos, un pueblo heroico y culto (el no tener suficiente instrucción reglada no está reñido con la innata inteligencia), con raíces en la prehistoria, que había luchado a brazo partido en épocas nebulosas y que dejaron su impronta bélica en las panoplias insculpidas sobre las plataformas pizarrosas. Y que siguieron batallando en épocas medievales y en la Edad Moderna contra el yugo concejil impuesto por el lugar de La Alberca, a quien por graciosa donación le había entregado el infante don Pedro, señor de Granata (hoy, despoblado de Granadilla), la mayor parte del territorio de Las Hurdes. Los jurdanos, a lomos de mulos, tuvieron que acudir varias veces a la Real Chancillería de Valladolid para defender sus pleitos y poder recobrar todas sus tierras.
Varios de los concejales jurdanos, que se alzaron con la palabra contra el tirano, sus huestes y sus inhumanas repoblaciones, fueron llevados hasta Madrid y arrojados durante varios meses en las mazmorras de la dictadura. Nunca pusieron a estas gentes mordazas, como tampoco permitimos que nos las pongan a nosotros a la hora de coger la pluma. Lo correctamente político no va con nosotros y, por ello, los censores, que tanto abundan en esta España, en la que ‘de diez cabezas, nueve embisten y una piensa’ (‘Antonio Machado dixi’), tienen las tijeras tan afiladas.
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De los matones de fácil gatillo que dieron en aparecer nada más dar el golpe de Estado la conjunción franco-fascista, hemos hablado más arriba. Por ello, en este último apartado, nuestro ‘Poeta de la Niebla’ nos pasa dos poemas, pertenecientes a su poemario ‘Del Telúrico Son de la Tierra’. El otro poema hace referencia a los incendios en la comarca de Las Hurdes. Que la poesía sosiegue los ánimos y los tiempos que nos ha tocado vivir.
PISTOLEROS ANGUSTIADOS
Yo capturé conversaciones
a mayores y supe quiénes
amartillaron las pistolas.
Desde entonces, me sonaron
huesos de sus dedos a pólvora
y metralla y a espesa sangre
reconcomiéndoles conciencias.
Cierto es que, con sus pecados,
iban sonoras penitencias.
Alzáronse con la victoria.
Coparon cabildos y alcaldías;
mas los apartó el pueblo llano
porque rechinaban encajes
de sus huesos y eran, en vida,
vivientes muertos que lanzaban
voz enmudecida y angustiosa.
Buscaban mutilación de dedos
y que borraran sus memorias.
ARDEN LAS MONTAÑAS DE LAS HURDES
Toda una legión bermeja,
ebria de vino tinto, avanza,
con rojo pecho al descubierto,
por las montañas de Las Hurdes.
Hasta estas encinas que sombra
me dan en el agosto, lléganme
sus obscenos y estuosos cánticos,
que hablan de aplastar lo verde
y sembrar ceniza y llanto.
Sus negras botas marcan paso
de la oca y pisotean vilmente
a la bella Eos, que osó salirles,
jovial y alegre, en su camino.
Canta a grito pelado rúbea
legión y chamulla en jerga
de oscuro tanatorio. Un sordo
clamor de búfalos que bufan,
embisten y ahúman los crepúsculos.