Félix Barroso Gutiérrez
Se nos está poniendo el campo antipoético y eso que, hoy, tan solo figura en el calendario como el primer domingo de mayo. Y, cuando digo antipoético, no es que me desvíe hacia los mundos de la antipoesía, que ese rupturismo se lo dejo para el poeta chileno Nicanor Segundo Parra Sandoval, donde fue un auténtico maestro. Más bien me refiero a que la estética del mes (estamos en mayo) no se corresponde con su clásico perfil. Lo mismo que ocurrió en abril, pero este fue siempre vil y te apuñala por la espalda. Escandalosa carcajada vomitamos, hablando del pasado mes, cuando, entre los cientos de papeles desordenados que se amontonan en el modesto despacho que tengo en un rincón de mi casa, encuentro un recorte de prensa.
En él, se glosa un mapa publicado por el ‘Climate Forecast System’ (NCEP), del servicio de climatología de Estados Unidos. Los pronósticos no podían ser más halagüeños: el mes de abril sería el más lluvioso de los últimos 30 años en Extremadura. ¡Y no ha caído ni una sola gota! En ninguna de sus comarcas, desde Las Hurdes hasta la Campiña Sur. Para que luego digan que los yanquis son los más guapos y los más listos.
En marzo cayeron cuatro gotas, aunque, en estos septentriones extremeños, fueran veinticuatro, que han mantenido con cierto verdor las vegas y otras tierras bajas. Mayo lleva el mismo camino y pocas son las flores que hacen estornudar a los alérgicos al polen. Pasó a la historia aquello de ‘mayo mojado, del barbecho hace prado’. Igualmente, aquello otro de ‘cuando marzo mayea, mayo marcea’. Si este refrán fuese cierto, ahora mismo tendría que estar cayendo agua venteada; paraguas en la mano y con chaqueta, no a cuerpo gentil y en mangas de camisa. No está la orilla, pues, para mucha poesía, aunque lo poético también puede ser para algunos observar cómo los colores apagados, ocres y tostados, van cercando a los verdes y floridos y, en breve, los reducirán a la nada. Aquí no cabe aquello de ‘nada es verdad o mentira; depende del cristal con que se mira’. Lo seco y agostado no es fruto de espejismo alguno. Ni las imprecaciones y el mucho ciscarse de los pobres pegujaleros no son músicas celestiales, sino puños alzados al cielo y rebeldía contra la madre Naturaleza, que, a veces, se vuelve madrastra.
Antes, cuando el campo se aprovechaba integralmente y todo se reciclaba, no se hablaba de calentamiento global ni cambio climático. Las estaciones rara vez daban algún susto, pero solían comportarse con cierta formalidad. Los campesinos de la zona admitían que ‘el tiempu que jadi el su tiempu, es güen tiempu’, aunque los meteorólogos de la caja tonta se empeñasen en edulcorar el acercamiento de las borrascas, atendiendo más a los intereses urbanitas, que no a los de los labrantines. ¡Vaya manía de llamar ‘mal tiempo’ cuando, en realidad, era buen tiempo para las sufridas gentes del campo! No tardarían, con el desarrollismo, en producirse cambios drásticos en la climatología.
Pero no echemos todas las culpas, aunque sean los máximos culpables, a los complejos industriales y sus emisiones de gases a la atmósfera. También nosotros, ciudadanos de a pie, no somos responsables de administrar adecuadamente los residuos que generamos. Tenemos en nuestros pueblos toda una serie de contenedores, pero por lo que vemos muchos, muchísimos, no reciclan por pereza y vagancia, que son hijas de la comodidad, los desperdicios, justificando sus incívicos comportamientos con absurdas respuestas, propias de la ignorancia y de las mentiras repetidas mil veces y que se hacen realidad. Contaminamos el planeta y estamos acabando con la diversidad. Que nadie que lleve una bolsa atestada de restos de comida, plásticos, vidrios y latas, todo revuelto, y la arroje a un único contenedor, se queje, luego, de que no tiene agua para regar los tomates o que el calor abrasa como un infierno. Tampoco píen quienes convierten los campos en basureros, sobre todo nuestras dehesas boyales y otros terrenos comunales, que, por el hecho de ser de todos, urbanitas y no urbanitas parecen tener patente de corso para hacer lo que les viene en gana. ¿A qué extrañarnos que la Naturaleza se resienta y, asqueada, nos rechace como hijos y se convierta en una cruel madrastra?
Digo lo que digo, digan lo que digan. No me gusta mirarme el ombligo y por eso soy internacionalista. Pero no por ello me dejan de doler mis patrias pétreas, a las que volví después de patearme trocha y carril por trasnochadas bohemias. Volví ligero de equipaje y meto el dedo en el ojo del que no ve bien a propio intento, y en el oído del que se hace el sordo. Por detrás, me pondrán como chupa de dómine. Allá cada cual con sus neuras. Mi brega está en la barricada donde se lucha para no dejar a nuestros hijos un planeta corroído por las inmundas carcomas humanas. En los poemas que cierran esta crónica, se remata la faena.
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ESTADO PANDÉMICO DE LA REGIÓN EXTREMEÑA
Desconocemos la situación pandémica de la región extremeña, ya que la consejería de Sanidad de la Junta de Extremadura ha dejado de emitir datos. Lo único que aparece en su correspondiente página, en referencia a la pasada semana, es un titular haciendo hincapié en que el día 3 de los corrientes se celebró ‘El Día Mundial de la Higiene de Manos’. Nada más. Por esta razón, nuestra columna dejará de titularse ‘Agenda de la Nueva A-Normalidad’, justamente cuando hoy cerramos el capítulo CL. Han sido 150 semanas, a lo largo de las cuales hemos ido informando de situación pandémica en nuestra comunidad. A raíz de ahora, la columna volverá a denominarse como en sus inicios: ‘La Pingolla’.
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RADIOGRAFÍA DE LA ACTUALIDAD SOCIOPOLÍTICA
Hoy, día 7 de mayo de 2023, segundo día de los fastos, altanerías y vanaglorias de la coronación de Charles Philip Arthur George Windsor Mounbatten, príncipe de Gales, duque de Cornualles, de Rhotesay, de Edimburgo y soberano de la Commonwealth (Carlos III de Inglaterra), escuché, a la hora de las noticias en la televisión pública, vocear a un paisano curtido por ábregos y soles hasta en la piel del escroto. Un bar bastante concurrido. Desfilaban por la pantalla toda la bambolla y ostentación, con olor a rancios alcanfores clasistas, de la colocación de la corona sobre la cabeza del mentado rey. Un quilo y 28 gramos y 31,5 centímetros de altura, adornada con 2868 diamantes, 273 perlas, 17 zafiros, 11 esmeraldas y 5 rubíes.
Denominada ‘Corona Imperial’ o de San Eduardo, su valor está tasado en 4.519.709 dólares. No metemos en cuenta el ‘Cetro de la Cruz’ y el ‘Orbe del Soberano’, que dispararía la suma expuesta. Estaba en su punto álgido la fanfarria y la fiesta de las vanidades, cuando soltó una potente imprecación el paisano. Acalló las voces de la taberna: “¡Vergüenza de televisión pública! ¡Ya van dos días dándonos la lata a todas horas con la coronación del rey de Inglaterra! ¡No habrá otras cosas más importantes en España que esos lujos multimillonarios de una pandilla de ricachones cuando aquí, en este país, hay millones de españoles que las están pasando putas! ¡A lo mejor es que nos quieren convertir a todos en monárquicos! ¡Pues lo llevan claro!” Se escucharon batir muchas palmas. Las mías, entre otras.
¡Bien dicho! Todo un espectáculo bochornoso, increíble en pleno siglo XXI. Reminiscencias medievales y feudales, propias de los viejos imperios que tenían colonizados a medio mundo. Nativos esclavizados y materias primas esquilmadas. De esto sabe mucho el Reino Unido de la Gran Bretaña. Dio carta blanca a la piratería y extendió patente de corso, firmadas por sus reyes, a cientos de navíos para que pudieran atacar impunemente a otros barcos extranjeros, apoderándose de las materias transportadas. Pillajes que se sucedieron a lo largo de toda la Edad Media y la Edad Moderna. No le fueron a la zaga Francia y España. El pasado año, 2022, el Congreso de los Estados Unidos, llevado por su odio visceral y cainita a Rusia, autorizó al presidente estadounidense a emitir y firmar licencias de patente de corso para atacar a los barcos rusos. Realmente dramático. Retroceder un montón de siglos para volver al filibusterismo. La globalización unipolar y neoliberal y la hegemonía imperialista desquicia las cabezas.
Todavía mantiene parte de su imperio colonial la que fuera llamada ‘La Pérfida Albión’: expresión hostil y peyorativa que acuñaron ciertos países para referirse a la nación británica. Entre los territorios que no ha devuelto a sus legítimos países o no han conseguido su propia independencia se encuentran las colonias de Anguilla, Bermudas, Islas Caimán, Las Malvinas (toda una guerra con Argentina en 1982, que reclamaba la posesión de las islas, perdiendo los argentinos ante el poderío militar de los ingleses), Turcas y Caicos, las Islas Vírgenes Británicas, Monserrat, Santa Elena, Pitcairn y nuestro Peñón de Gibraltar, territorio este perteneciente a la provincia de Cádiz y que fue arrebatado a España en 1704 por una escuadra anglo-neerlandesa, sin que el Reino Unido lo haya devuelto. La ONU considera al Peñón de Gibraltar como ‘territorio pendiente de descolonización’. ¿Hasta cuándo?
La monarquía británica no las cuenta todas consigo. La emblemática reina Isabel II, también con muchas sombras en su haber, falleció el pasado septiembre. Su heredero, el recientemente coronado, no goza de las simpatías que tuvo su madre. Mal le pintan las encuestas. Los ingleses entre 18 y 49 avanzan a galope tendido por su rechazo a la monarquía y desean romper todo vínculo con un régimen radicalmente antidemocrático y que consideran caduco e impropio del siglo XXI. Aunque las encuestas llevadas a cabo entre los españoles comprendidos en el citado arco de edad ofrecen un mayor rechazo al régimen monárquico, no obstante, en Gran Bretaña, ya se están acercando al 50%. Ciertos analistas políticos consideran que las monarquías desaparecerán en este siglo de los países democráticos, quedando reducidas a territorios tercermundistas o a otros de carácter autocrático. Los jóvenes actuales, en su gran mayoría, exceptuando las clases altas, hijos de familias adineradas, no entienden ni comprenden que haya gente que nace con una vida regalada y resuelta, mientras ellos tienen que sudar la gota gorda para obtener un puesto de trabajo.
Increíble que la monarquía inglesa, a la altura que estamos, no se haya despojado de su carácter divino. El rey Carlos III ha pasado, al ser coronado, a ostentar el título de ‘Gobernador Supremo de la Iglesia de Inglaterra’. Por lo tanto, monarquía e iglesia anglicana están a partir un piñón. El patrimonio material de dicha iglesia es multimillonario. El Gobierno ayuda con cuantiosas deducciones económicas. Los eclesiásticos de tal confesión religiosa están en la gloria (nunca mejor dicho) y, cuando les reprochan el dispendio, el envanecimiento, suntuosidad y jactancia de la monarquía en muchas actuaciones y ritos no acordes con los tiempos modernos, miran para otro lado y se hacen los suecos. Que nos les hablen de los versículos de los Evangelios en donde se denigran las riquezas, el lujo, el fariseísmo, la dilapidación…
O les recuerden las filípicas del arzobispo emérito sudafricano y Nobel de la Paz en 1984, Desmond Tutu. Este arzobispo anglicano no dejó títere con cabeza y sus enfrentamientos con la jerarquía de la iglesia anglicana fueron sonados. Les reventó los tímpanos por sus enjuagues y contemporizaciones con el ‘establishment’, pero su hipocresía y cinismo aguantaba bien el chaparrón mientras los monarcas los arroparan con su manto real y, a su vez, ellos abrigaran a los coronados con sus capas pluviales. A lo mejor es cierto lo que dice Mark Easton, corresponsal de la BBC: ‘La monarquía británica es apreciada porque es la monarquía británica. Somos una sociedad antigua y complicada que rinde deferencia al espectáculo teatral de la sociedad. Para explicar su éxito no debemos esperar que la respuesta esté basada en la razón’. Apaga y vámonos. La irracionalidad está servida.
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Decíamos, al finalizar la primera parte de nuestra crónica, que con unos versos se remataría esa inicial faena. Allá van, pues, dos poemillas de ‘El Poeta de la Niebla’. No hacen falta comentarios. Se comentan por sí solos. De su poemario: ‘Para embaír el rato’.
DEL ARTE DE ENAMORAR A LA POESÍA
Primeramente (son mis reglas).
se hace preciso cortejarla
con cómplices guiños
que la deslumbren y la vayan
calentando, y templando,
y apretándole el talle, cual guitarra.
Y arte has de tener para, en su justo punto,
desnudarla, y arte para llevártela a la cama.
Y ya, sobre la página tendida,
meterás la pluma en danza,
que ella, en su salsa, macerándose,
estallará en crisis multiorgásmica.
DE LOS QUE ME DILUVIABAN ANATEMAS
Hubo gente de golpes en el pecho
y de comunión diaria
que me llamó hereje, descreído,
masón e iconoclasta.
Bien creo que no lo fui a conciencia,
sino por despecho a tanta mercancía averiada,
a tanto viborezno venenífero
y a tantas sepulturas blanqueadas.
Siempre llamé al pan, pan, y al vino, vino.
Excepto en el antruejo, sobrábanme las máscaras.
Y odiábanme, en tierra de bellotas,
los dueños-partidores de la tarta.