Félix Barroso Gutiérrez
En esta primera semana de febrero, el día 3 para ser más exactos, me tiré de la cama creyendo escuchar cohetes. No era extraño, pues, desde años que se fueron para no volver, siempre celebraron las fiestas de San Blas, del que dicen que nació en Sebaste, población de la antigua Armenia y donde hoy se levanta la ciudad turca de Sivas. Desde mozalbete, se daba mañanas como sanador, curando a muchos enfermos. Llegó a salvar a un niño que estaba ya inconsciente por el ahogamiento producido por una espina de pescado. Por ello, se alzó con el patronazgo de los otorrinolaringólogos. Siendo un tal Agrícola gobernador de Capadocia, en la región que se conocía, en el siglo IV, como Anatolia Central (imperio romano), dio en arder una enconada persecución contra los cristianos.
San Blas, obispo de la ciudad donde vio la luz primera, fue detenido. Contar su rocambolesco y fabuloso martirio, nos llevaría muchas páginas. Lo dejamos para que los clérigos, en vez de dar consejos (“haced, hijos míos, lo que yo os diga, pero no hagáis lo que yo haga”), cuenten las vidas y martirios de los santos, que son más entretenidos y puede que acuda más gente a esos templos que ven reducida cada vez más la concurrencia.
San Blas fue, hasta no hace cuatro lustros, la fiesta por antonomasia de los quintos. Por suerte, al que escribe estas líneas le tocó ir, junto con los demás compañeros, a buscar el macho cabrío a la finca de La Dehesilla. Un macho con una enorme cuerna, al que engalanamos con cintas y madroños de lana, colgándole del pescuezo un enorme cencerro. Lo llevábamos atado con una soga, paseándolo como si fuese un dios por las calles del pueblo. Nadie lo maltrataba en el lugar, aunque hubo ciertas salvajadas en otras poblaciones más alejadas, que fueron drásticamente sancionadas por los vecinos. Pagaron justos por pecadores y las autoridades que rigen los destinos de la comunidad extremeña desde sus despachos y no tienen ni idea de antropología, etnografía, etnología… y, en general, de Cultura Tradicional-Popular, fueron los primeros en iniciar el proceso de degradación y descomposición de la fiesta, al suprimir el paseo del cabrón. Que nadie se rasgue las vestiduras por esta última palabra, que el Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española la define como “macho de la cabra”.
El macho se sacrificaba el día de “San Blas Vieju” (4 de febrero) y había carne para que los quintos, quintas, sus padres y las novias de los que las tuvieran pudieran participar en distendidos y alegres comilonas. Siempre tuvieron un olor y sabor especiales estas fiestas del ciclo invernal. Solemne procesión con mucho coheterío, transportando los quintos las andas del santo. Bares y salón de baile atestados de gente. Mucha familiaridad y reforzamiento de lazos intervecinales. En los humildes “patiu-casas” (los salones o comedores de hoy en día), siempre estaba la mesa con una bandeja de dulces y unas botellas de vino de pitarra y aguardiente. Y, tal vez, alguna de mistela o una jarra de ponche para las mujeres.
Pasacalles cantando a todo pulmón y haciendo parada en las casas de los parientes o allegados. Los paisanos luciendo los cordones de San Blas al cuello o en el ojal de la solapa de la chaqueta. Los quintos “pidiendu el chorizu” el día de “San Blas Vieju” casa por casa y calle por calle, siempre al lado del tamborilero. Pero ya se enranció toda esta sustancia fiestera, vivida intensa y emocionalmente, como se venía realizando desde hace siglos. No solo es que las autoridades se cepillasen, como tantas veces han hecho llevados por su ignorancia, simbólicos y emblemáticos elementos de la Cultura Tradicional, sino que también los pueblos fueron envejeciéndose, menguando ostensiblemente el número de quintos y perdiendo estos su papel secular para convertir la quinta en un continuo botellón y en un monocorde aporreo de un tambor. Olvidaron todas las canciones tradicionales de estos ritos de paso y la degeneración arrumbó totalmente la fiesta. Desanclar a una comunidad de sus raíces y su identidad, para que no tengan un nítido espejo donde mirarse, solo es el principio de un fin ya casi cantado.
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En nuestro repaso al mapa pandémico de la región extremeña, constatamos que el nivel de contagios sigue bajando. A fecha del pasado viernes, día 4 de febrero, se contabilizaban 1463 nuevos casos, 620 menos que el viernes anterior. En estos días, hay 168 pacientes ingresados en los hospitales a causa del coronavirus. De ellos, 21 están en UCI. De las zonas sanitarias de la región, el índice más elevado de contagios corresponde a Badajoz, y el más bajo, a Navalmoral de la Mata. Entre los núcleos de menor población, continúan con índices muy altos: Acehúche, Casas de Millán y Villasbuenas de Gata. Ayer, sábado, el consejero de Sanidad, José María Vergeles Blanca anunció que es muy posible que se retire el uso de las mascarillas en exteriores a partir del próximo jueves, si continúa la bajada de contagios.
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Seguimos hincando el diente, aunque ya nos queda poca chicha, en la crítica y opositora actitud al viaje, programado para el venidero mes de junio, de los ciudadanos Leticia y Felipe, reyes de España por obra y gracia de un dictador, a la siempre sobeteada comarca de Las Hurdes. Muchas veces nos hemos preguntado quiénes son los artífices de colocar rótulos en calles y en bautizar a ciertas rutas de senderismo dentro del territorio jurdano. No creemos equivocarnos si afirmamos que los que otorgan tales nominaciones son personas que no conocen ni por asomo las vicisitudes sociohistóricas de tal territorio o gente sectaria empleada a fondo en lavar los rostros de personas “non gratas” en Las Hurdes y que suscitan el repudio de sus habitantes.
¿Qué pintan esas dos rutas de senderismo que llevan los nombres de Luis Buñuel y Alfonso XIII? ¿Cómo es posible que se haya desplegado tal cartelería cuando el primero de ellos pisoteó a la comarca y a los jurdanos en los crueles fotogramas del infecto montaje “Tierra sin pan”, y el segundo, a ojos de hoy en día, debería ser considerado como un genocida por las masacres que ordenó en la región del Rif marroquí? Entendemos que las fuerzas vivas de la comarca jurdana (corporaciones municipales, políticos, sindicatos, profesorado, asociaciones varias o incluso el clero) y, por extensión, La Diputación Provincial o la Junta de Extremadura, deberían de tomar cartas en el asunto. Pero lo repetiremos setenta veces siete y seguirán negando como San Pedro, o mirando para otro lado. Y métase, dentro de toda esa camarilla de despellejadores, a otros que ya les dimos el repaso en capítulos anteriores.
Qué ocasión más perdida, cuando se levantó el instituto comarcal, único en la zona, en la localidad de Caminomorisco, para haber hecho justicia con dos insignes maestros que se desvivieron por la comarca y fueron represaliados por ello por los verdugos franco-fascistas. Nos referimos a los maestros José Vargas Gómez y Maximino Cano Gascón, iniciadores e impulsores de las “técnicas Freinet” en la escuela. Técnicas creadas por el gran pedagogo francés Célestin Freinet, basadas en la autogestión, cooperación y solidaridad entre el alumnado. Pero, no. A algún descerebrado se le ocurrió colocar a ese instituto el nombre de Gregorio Marañón, el que dijo tantas porquerías sobre Las Hurdes y los jurdanos que es imposible leerlas sin sentir auténticas arcadas. En cierta ocasión, acompañando a dos ínclitos historiadores y arqueólogos españoles, a los que me une gran amistad, nos acercamos por los alrededores de esta institución educativa. Al ver el rótulo que ostentaba, uno de ellos, gran conocedor y estudioso de la zona y que había leído el libro “Viaje a Las Hurdes”, donde aparecen las infamantes notas de Marañón, exclamó, refiriéndose a los jurdanos, muy soliviantado por tan infamante rótulo: “Tras cornudos, apaleados”. El instituto de Caminomorisco pasó a llamarse “Gregorio Marañón” el 3 de junio de 1996. Toda una aberración que un centro de enseñanza en Las Hurdes lleve el nombre de uno de sus mayores detractores. ¿Quién responde por ello…?
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Dímunuh fuendu”, como dicen mis buenos y grandes amigos jurdanos en su habla dialectal (todo un tesoro), en busca de nuestros poetas. Por lo tanto, vámonos yendo a buscarlos por los enrevesados caminos de la vida. Meditando a orillas del Guadiana, casi en la raya con Portugal, nos topamos con Ismael Carmona García, que nos pasa una entrega más, la última, de su enjundioso poema “Oda Triunfal las Cigüeñas” (Poemario: “Pan i Verea”). Ya puede el lector, después de la lectura entregada y reflexiva, sacar sus conclusiones sobre toda esta hermosa oda, con ciertos guiños a la “Antigüedad clásica”, como corresponde a un profesor de Latín y Griego, aparte de poeta.
Oda Triunfal las Cigüeñas
115 Semus ena nuestra vida impresarius
i no mos desaculamus si s’espeta de chopetón un orihoscu
[9] i si desapreveníus avemus d’escrevil rezus
enantis las palmeras hincal-si enas palmatorias
o enantis las rosas sel poás por estixeras esprimentás.
120 Sin embargu, sí mos acagaçamus
quantitu que tenemus de afrontal-mus
contra la dama Soledá,
deque mos encrava nel chanu
delos sus herrugientus pelus
125 i mos abraça i arrecuca
arroeandu-mus con ellus.
I en esta carci d’espaciu, de tiempu,
de pensamientus, jugan con musotrus
ahuncus i ahoguiñas,
130 la coracencia i los conçonis,
los estrunchus i los pepicius, las simbras i los palatíus,
que cavilan hechurías i que son escapás
d’ensotal-mus enos escurus
135 gambullus del ruin hundieru
delos que ni los pinchis las rastras más cariciosus
puyeran sacal-mus en sigrus,
ata abafal-mus i concalecel-mus
i con musotrus tolo que criamus
140 i en tolo que creemus.
Asoma sin asomar “El Poeta de la Niebla” y, glosando bajo el prisma poético la parte primera de esta crónica, nos deja dos pequeños poemas de su poemario “Ecos”:
Cruento sacrificio
Entristecerse ojo del cabro cuando
cuchillo aserrábale la tráquea,
ponía también a nuestro ojo a punto
de la lágrima. Pero imperaba
ley de vida y fuerza de la costumbre
era obligada. Cruento sacrificio
llevaba a gastronómico aquelarre
y duraba sagrada comunión
semana con mañana, noche y tarde.
Transmisión de genésicos poderes,
decían los antropólogos. Y nosotros,
cual tigres, tupiéndonos de carne.
Colecta
… Y he ahí que al dos de febrero lo apodaban
“San Blas Vieju”. Y en tal día, recorríamos
callejas retorcidas del lugar,
tras los huevos, el chorizo y algún céntimo:
Dones para el quinto. Vecinos cumplían
en pago a sujeción del comunal
tejado de pardisca aldea y para
sobrellevar servicio a una patria
que nunca fue la del pueblo llano.
Cerraba el círculo el antruejo. Hombres
hechos, derechos y con pelo en pecho.