Félix Barroso Gutiérrez
Cantaba Joan Manuel Serrat aquello de “Y con la resaca a cuestas, // vuelve el pobre a su pobreza. // Vuelve el rico a su riqueza // y el señor cura a sus misas”. Pues reconozcamos que también cargamos con ella los que, pese al poso y el peso de los años, no nos desprendemos de nuestro amor a la bohemia y, con ella, nos iremos a los mundos, que no son mundos (lo que no existe no tiene nombre), de los que nadie jamás volvió. Tiró de nosotros la Nochevieja. Tanta fuerza puso en el empeño, que, después de atiborrar la andorga, salimos a correr la tuna, conscientes de que vigilaba ese agente acelular y microscópico llamado ómicron a la vuelta de cualquier esquina.
Hartos de esperar bajo el alero del tejado a que pasara la ira coronavírica y temiendo que se desprendiese alguna teja y nos descalabrara, optamos por echarnos sobre los hombros la picaresca capa y aplicarnos el viejo refrán: “el cuco y el sacristán, juntos de juerga se van”. Cierto que bebimos como cosacos, cantamos hasta desgañitarnos y, si el optimista ve la copa medio llena y el pesimista medio vacía, nosotros la vimos doble. Pero no se nos ocurrió invitar al tabernero, por más que el adagio diga que “quien convida al cantinero, o está borracho o no tiene dinero”.
Cuando nos quisimos dar cuenta, el sol iba encumbrando. No había prisas. Cesaron los cánticos y nos pusimos a arreglar el mundo. Todos hablando a la vez y escuchando al mismo tiempo; asunto que solo es posible en los trances espirituosos. A punto de mediodía y nos fuimos despidiendo con la voz gangosa y dando algún que otro traspiés, que “andar derecho por el mucho beber, no puede ser”. A dormir la mona se fueron la mayoría. ¡Buen comienzo de Año Nuevo! Pero el que firma esta crónica, consciente, como diría Dorothy Parker (celebrada dramaturga, poeta, guionista y crítica teatral), que “la resaca es la ira de las uvas”, decidió atemperar sus efectos largándose a los campos adehesados, que presumían de lustroso verde por las generosas aguas caídas a lo largo de toda la semana.
Anduve sonambuleando, medio zombi, a lo largo de media legua, siguiendo por la estrecha vereda de cabras, que va culebreando junto al cauce del arroyo que paisanos llaman “El Pizarrosu”. Su recio murmullo saltaba por cima de tamujos y lamía majuelos, escaramujos, bardales y algún sauce desperdigado. No se veía por la crecida del caudal el “Charcu de las Cormeníllah”. Me asaltaban los recuerdos de la infancia. Avanzada primavera y, formando conciliábulo cómplice, hacíamos novillos alguna que otra tarde y, dejando atrás la escuela, saltando huertos, a escondidas, nos adentrábamos en la dehesa y enfilábamos arroyo arriba. En pelotas, tal y como nos trajeron nuestras madres al mundo, nos introducíamos en la poza y allí, chapoteando, nos volvíamos novicios en el arte natatorio. Nos exponíamos a que, luego, en casa, nos pusieran más firmes que el palo de la bandera y se escapase algún guantazo que nos dejaban tintineando los oídos. Y como la paga era doble, al día siguiente también cobrábamos de la mano del maestro.
Después de subir un par de cerros, la resaca comenzó a evaporarse. Se ponía el sol tras la sierra de Dios Padre. El “Regatu de los Jigarrálih” bajaba cantarín por el valle de “La Juenti Juncal”. Aguas de cristalina transparencia, mostrando un lecho pavimentado de blanquísimos cuarzos lechosos. Agonizaba el día de Año Nuevo. Mojé los resecos labios en la corriente del riachuelo y, con los ojos clavados en la explosión sanguinolenta del ocaso, brindé, sin copa alguna en la mano, por la salud del nuevo año. Quiera el destino que sus días sean más saludables que los que atrás hemos dejado. Pero para ello era preciso colgar democráticamente a todos los que nos están jodiendo el planeta. Así de claro.
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Con 2.142 nuevos casos de contagiados inicia nuestra región extremeña el nuevo año. Se contabilizan 16 localidades con una incidencia superior a los 2.000 casos por cada 100.000 habitantes. El consejero de Sanidad de la Junta de Extremadura, José María Vergeles Blanca, informa de que Extremadura se encuentra a un nivel de “Alerta 2” y que se han realizado 62.162 pruebas diagnósticas de infección activa del virus en lo que va de semana. Se cierra el año con 19 fallecidos por causa de la Covid-19 el pasado mes de diciembre. El total de fallecidos desde el inicio de la pandemia se eleva a 2.013.
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Continuamos, en esta tercera parte de la crónica, radiografiando críticamente el viaje real, que da la impresión de haber sido organizado tras bastidores por los que pretenden apuntalar el “Régimen del 78”, a la comarca de Las Hurdes, previsto para el próximo mes de junio. Los que están metidos en el ajo parece que se postulan, de esta forma, para conmemorar el viaje que realizara Alfonso XIII a dicha comarca a finales de junio de 1922, por lo que se cumple el primer centenario. La polémica la han servido en bandeja fría, pero por lo que oímos puede que se caliente el plateado hondón de la misma y le queme a alguno en las manos. No se puede permitir que, el nombre de una comarca tan legendaria y simbólica, esté mezclada en blanqueos y lavados de caras de oscuros personajes.
Si la pasada semana hablábamos de las tenebrosas líneas que, sobre el territorio jurdano escribió de manera tan torticera el médico José Goyanes Capdevila, uno de los médicos que formó parte del séquito que acompañó al décimo tercer Borbón, no le queda a la zaga otro galeno, muy renombrado y considerado, pues su nombre rotula calles e instituciones. Nos referimos a Gregorio Marañón y Posadillo, que, como médico de cámara de Alfonso XIII, también acompañaba a este por el territorio jurdano en los días que España entera se manifestaba, totalmente encolerizada, contra la guerra del Rif o de Marruecos, en recuerdo del primer aniversario del llamado Desastre de Annual. En torno a 13.000 soldados españoles, al mando del fanfarrón y ultramonárquico general Manuel Fernández Silvestre, fueron masacrados por las tropas rifeñas que capitaneaba Abd-el-Krim.
El celebrado doctor Gregorio Marañón fue un verdadero chaquetero a la hora de tomar posiciones políticas. De ser un incondicional de la monarquía, pasó a intrigar contra ella, poniéndose a favor de la instauración de un régimen republicano. Fue cofundador de la “Agrupación al Servicio de la República” (ASR). En las elecciones constituyentes de junio de 1931, salió elegido diputado. Su papel en las Cortes republicanas fue de total inacción. No despegó los labios ni para bostezar. Cuando ganó legítimamente las elecciones, durante la II República Española, la candidatura del Frente Popular, comenzó a zaherir y a echar pestes contra aquella República de la que fue tan devoto, especialmente contra las formaciones de izquierda. Bien conocido es su acercamiento ideológico a la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), que presidía el derechista José María Gil Robles y Quiñones, gran simpatizante de Benito Mussolini y su Estado fascista. Enterado de lo que se avecinaba, el 17 de julio de 1936 escapó de Madrid, con su esposa, a toda mecha, aterrizando en Lisboa. Luego, marcharía a Francia y a Argentina. Al día siguiente, se produjo el golpe de Estado contra la República y los franco-fascistas prendieron la mecha de una terrible guerra que dejó a España terriblemente arrasada. Mientras estuvo fuera de nuestro país, apoyó al bando sublevado. Por ello, no tuvo ningún problema en regresar a España en 1942. Se había convertido en un entusiasta franquista. De hecho, su publicación, conocida como “El Manifiesto”, publicada en 1937, es tenida por muchos analistas políticos como la justificación más preclara del “Alzamiento Nacional” (sublevación sediciosa contra la II República Española).
No podía faltar, al ser íntimo de Alfonso XIII (era su médico personal), al distractor y pazguato viaje a la comarca de Las Hurdes. En abril de 1922, dos meses antes del viaje real, había formado parte, junto a los médicos José Goyanes Capdevila (del que ya hablamos en el capítulo anterior) y Enrique Bardají López, de una “Expedición Sanitaria” a la mentada zona. Gregorio Marañón aprovechó la gira para llenar un cuaderno de notas. Mayor truculencia y mayores mentiras incluso que las vertidas por su colega José Goyanes (leer capítulo anterior). Para botón, una muestra (páginas iniciales del cuaderno): “Horcajo. Bastantes enanos y algún cretino. Ya no toman expósitos (les daban 20 pesetas al mes; se morían todos. Bastantes sordomudos”. A mediados de los años 80 del pasado siglo, hablamos varias veces con diferentes vecinos de Horcajo, algunos octogenarios, como Tío Damián Sánchez Azabal. Nos desmintieron totalmente tales afirmaciones. Varios se acordaban de “los señoris médicus que llegarun a caballu”. Tío Damián, que era un mozo, en aquel entonces, de 19 años, lo evocaba con gran detalle, contándonos que se presentaron la víspera de Jueves Santo y que él “andaba desollandu un chivu, pa jacel los guisus del día del Señol y del Domingu de Pahcua”. En la nota de ese mismo día, Marañón escribe que nunca comían carne los vecinos de Horcajo.
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Seguiremos sacando a orear los tufos vertidos por los amigos de Alfonso “El Africano”, contando la auténtica verdad, ya que, hasta la fecha, nadie ha tenido la valentía de denunciar tamaños desafueros. Que se enteren y se empapen los que pretenden conmemorar el centenario del viaje de Alfonso XIII, convocando, de nuevo, otro paseo real por Las Hurdes el próximo junio. Ni que pretendieran convertir a la comarca en un feudo aborbonado.
Y, como nos hemos alargado más de la cuenta, aquí cerramos hoy nuestra crónica. Dejamos a los poetas recuperándose de la reseca de Nochevieja y ya los llamaremos para la siguiente semana, a fin de que continúen poniendo la guinda a la crónica.