Félix Barroso Gutiérerez
Siempre asocié las hormigas a dos estaciones concretas: el verano y el otoño. En los meses del estío, se veían por doquier. Le echaban jeta al asunto y se metían hasta en las mismas parvas y hacinas, con sus acostumbradas filas indias. Recuerdo a mi abuelo materno, Quintín Gutiérrez Alonso, ciscándose en todo lo alto al verlas invadir el terreno enemigo. Cogía la escoba que había fabricado con ramas de tamujo (nosotros les decíamos “las tamójas”) y las barría sin piedad. Decía todo renegado: -¡Jala, pa Verón, qu,esp,anditienéisqu,estal!
Nunca supe, ni mi abuelo tampoco, por dónde caía Verón, pero él se la había oído a generaciones pasadas y nosotros repetíamos lo mismo. Luego, más relajado, me decía: “La jormiga, polgoloseal, jadidañu, peru, al selcuciosa, moh enseña lo qu,es el trabaju” (la hormiga, por robar el grano, hace daño, pero, al ser muy laboriosa, nos enseña lo que, en verdad, es el trabajo). También soltaba algún otro refrán aparente: “Quien farrunga un jormigueru, es un vagu, un malanda o un tramulleru” (quien destroza un hormiguero, es un vago, una persona de mal vivir o alguien que vive de hacer trampas y vivir a costa del prójimo). Y añadía otro más: “Méntri la chicharra canta, la jormigaarrecogi y guarda” (mientras la chicharra canta, la hormiga recoge y guarda).
Ahora, a finales del agosto, cuando las frutas ya alcanzaban su sazón en el árbol y las hortalizas estaban en su punto, parecían multiplicarse las hormigas. Estaban por todas partes: trepando por los troncos de todo tipo de árboles y plantas, serpenteando por el suelo, hacían incursiones por las viviendas. Para evitar que penetraran en las casas, los paisanos las rociaban con vinagre rebajado en agua, ya que las hormigas no aguantan los efluvios que emanan del vinagre y, además, elimina los rastros de olor que utilizan tales insectos para moverse. Igualmente, se empleaban ramilletes de menta o de laurel, colocándolos por los accesos en que las hormigas invadían la vivienda. Pero, según nos contaba la gente mayor, la planta más eficaz para que las hormigas abandonaran para siempre la vivienda era la “rúa machuna” (ruda: “ruta gravelens”). Era preciso cocer la planta y rociar con el caldo los rastros y entradas de estos himenópteros.
La ruda era conocida como la “yerba de las brujas”. Se pensaba que, en la antigüedad, solo conocían el poder de esta planta las brujas, pues la utilizaban para quitar el mal de ojo. Pero una vieja espió a unas brujas y se enteró de las virtudes de la ruda. De aquí que, por la comarca de Las Hurdes, se diga aquello de: “no supun de la vertú de la rúa jasta que nun ripió la vieja lenguaretúa” (no se conoció la virtud de la ruda hasta que no lo contó la vieja lenguaraz). Para que las hormigas no treparan por los troncos de los árboles, se untaban los troncos con agua de cal, quedando barnizados de color blanco.
La otra estación que asociaba con las hormigas era el otoño, sobre todo a raíz de caer las primeras aguas después del tórrido verano. Venían auténticas nubes de hormigas aladas, que nosotros les decíamos las “jormigas de la sementera”. Decían que su aparición era señal de que ya venía la lluvia de camino. Estas hormigas son fértiles, al contrario que las obreras. Salen en masa del hormiguero y realizan el “vuelo nupcial”, apareándose en el aire. Después de la cópula, los machos mueren y caen al suelo. Las hembras fecundadas marchan a crear nuevos hormigueros. Recuerdo que, de pequeño, las gallinas andaban sueltas por las calles del pueblo y por el ejido comunal.
Al observar la lluvia de hormigas, se alborotaban y se ponían las botas, no dando abasto con la inmensa y negra parva que cubría el suelo. Retazos de otro tiempo, menos individualista que el de ahora. Por ello, no vendría mal que no olvidáremos aquel otro refrán que también corre entre nuestros vecinos con muchas arrugas en la frente: “una jormiga no jadi panera, peru ayúa a la su compañera” (una hormiga por sí sola no llena el granero, pero sí lo llena con ayuda de sus compañeras). No lo olvidemos en estos tiempos en que los nuevos bárbaros pregonan una “libertad” tendenciosamente individual, la que es la negación de la verdadera LIBERTAD, que no es otra que la capacidad de decidir por sí mismo y de forma solidaria el modo y manera de construir un mundo más LIBRE, más IGUALITARIO y más FRATERNO.
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Pasamos al segundo tramo de la crónica, resumiendo el estado de la pandemia en nuestra región extremeña. Ayer, domingo, nos despertamos con el rifirrafe entre el consejero de Sanidad y Servicios Sociales de la Junta de Extremadura, José María Vergeles Blanca, y el alcalde de la ciudad de Plasencia, Fernando Pizarro García-Polo. El consejero, del PSOE advirtió que estudia perimetrar las localidades extremeñas de más de 15.000 habitantes, a los que el alcalde placentino, del PP, respondió que la medida era “una prueba de la permanente improvisación de la Junta de Extremadura”, añadiendo que, hace mes y medio, el propio consejero declaraba que los cierres perimetrales en las grandes poblaciones no eran efectivos. Tiras y aflojas entre políticos de distintos signos, al igual que entre políticos y la Judicatura.
Y entre tanto, hay que contabilizar otras dos víctimas este fin de semana: una mujer de 93 años, de la residencia de La Pesga, y otra de 74 años, sin vacunar, en el área sanitaria de Don Benito-Villanueva. Se suman 499 contagios a la lista y la incidencia acumulada en la región se sitúa en 483,65 a los 14 días. El área sociosanitaria de Plasencia es la más afectada en cuanto al número de casos (119 positivos en las últimas horas. Tiene 33 pacientes hospitalizados; cinco de ellos en UCI.
Llegan a nuestros oídos innumerables quejas de muchos vecinos del norte cacereño acerca de los botellones que se celebran, tanto dentro como en las afueras de diferentes pueblos, que duran hasta la madrugada, como parece ser que sucede no solo en el resto de Extremadura, sino en todo el país. Numerosos vecinos de estos pueblos pequeños están soliviantados, ya que refieren que las autoridades saben más que de sobra acerca de estos botellones ilegales y no existe un solo control sobre ellos, pasando olímpicamente y mirando para otro lado. A este paso –relatan- “tendremos pandemia para rato, pues gran parte de la juventud no se conciencia y los padres se ven incapaces de sujetar a sus hijos”. Estos jóvenes responden que ellos hacen lo mismo que en Barcelona, Madrid y otras grandes ciudades, a tenor de las imágenes que ven por los medios informativos. El caos está servido.
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Tramo tercero: entramos en zona roja. Los que tengan cierto perfil rojigualda, mejor es que no se metan para evitarse sofocos y gastritis, aunque las verdades históricas no tenían que provocar malestar alguno. Pero ya se sabe, como decía el buen Antonio Machado, aquello de que “en España, de diez cabezas, nueve embisten y una piensa”. En esta ocasión, nos paramos en la Memoria Histórica o Democrática, pues estamos en unas fechas que son el aniversario del genocidio planificado por los golpistas del 36 para acabar con lo que ellos llamaban la “AntiEspaña”. Las declaraciones de ese estudiado genocidio se guardan en las hemerotecas.
El 14 de agosto de 1936, los franco-fascistas, apoyados por la Alemania NaZi, la Italia Fascista, la dictadura portuguesa y los 100.000 moros marroquíes que se trajeron como mercenarios, tomaron la ciudad de Badajoz a sangre y fuego. Las crónicas independientes de aquellos días refieren la orgía de sangre en que se sumió dicha población. Miles de ejecutados. Se iniciaba el genocidio. A sangre y fuego avanzarían por Extremadura. El 18 del mismo mes fusilaban a Federico García Lorca, todo un símbolo internacional por su obra literaria. La mayor parte de la intelectualidad española, que siempre fue progresista, tuvo que salir por sus pies hacia el exilio; de lo contrario, ya sabía lo que le esperaba.
Siguieron tomando pueblos y exterminando todo lo que oliera a “rojo”. Un 23 de agosto, tal como hoy, no era lunes, sino domingo en aquel año de 1936. Aún hay gente que lo recuerda, pues eran chavalillos o zagalones. Gente que, hoy, pasó de las 90 primaveras. Dos camionetas aparcaron en la plaza de Santibáñez el Bajo, el pueblo donde este columnista vio las primeras luces. En ellas venían algunos de los pistoleros fascistas que más se movieron por los septentriones extremeños. Toda una pandilla de psicópatas, camuflados tras una camisa azul (la mayoría no era ni siquiera falangista, sino militantes de la CEDA -Confederación Española de Derechas Autónomas- o de conversos que vieron en tal prenda su tabla de salvación).
Podríamos dar varios nombres y apellidos de los verdugos, pues bien los conocían algunos de los que estaban en las listas negras para ser ejecutados. Entre ellos, destacaban los cabecillas Julio o Julián García Albarrán, alias “Chiripa”, que había sido elegido presidente de la comisión gestora para regir los destinos del Ayuntamiento de Ahigal, y Vicente Sánchez Blanco, alias “El Meón”, de Zarza de Granadilla y jefe de una partida de milicias parafascistas. Fueron detenidos y maniatados 22 vecinos, entre ellos, cuatro mujeres. El alcalde, Mateo Cabezalí Calvo, primo hermano del padre de este articulista, y todos sus concejales, pertenecientes al Frente Popular; el presidente de la Casa del Pueblo y otros que eran señalados como gente de izquierdas. Ningún mal habían hecho a nadie. Su delito, ser rojos y republicanos.
La plaza, según los muchos testigos, entre ellos varios de los que iban a ser ejecutados, con los que hablé en su día, era todo un hervidero. Los parientes de los fallecidos desgarraban con sus gritos la tarde del domingo. Pero, de pronto, se presentaron allí don Fulgencio Corrales Martín, hijo del lugar y médico titular, aparte de ser el presidente provisional de la comisión gestora nombrada por los franquistas, y don Rufino García Flores, párroco del pueblo y natural de Casillas de Coria. El médico portaba una pistola; el cura, la escopeta de caza. Se hizo un tremendo silencio. Don Fulgencio se adelantó y puso la pistola en la sien de Julio García Albarrán. Don Rufino, encañonó con la escopeta a Vicente Sánchez Blanco. El médico, que hacía las veces de alcalde, ordenó, de forma taxativa, desatar a los detenidos y marcharse por donde habían venido a los facinerosos, advirtiéndoles que no se les ocurriera volver a pisar el pueblo, por la cuenta que les tenía. Salieron a escape, con el jopo entre las patas.
Los encausados no volvieron a ser molestados. Don Fulgencio realizó altas gestiones y el pueblo no fue represaliado. Solo sería ejecutado miserablemente Máximo Patrocinio Cabezalí Moreno, pero vivía en la localidad de Salorino, de cuyo Ayuntamiento era secretario. Fue un látigo fustigador contra los terratenientes y caciques de la comarca de Alcántara y no se lo perdonaron. “Patro”, como era conocido en Santibáñez, también era primo hermano de Mateo Cabezalí Calvo y de mi padre, Justiniano Barroso Cabezalí, que entonces solo tenía siete años. Patro fue condenado a muerte en una farsa de juicio y fusilado en Cáceres el 7 de diciembre de 1936. Todas las gestiones para librarlo de la última pena fueron en balde. La totalidad de los vecinos de Santibáñez firmaron varios pliegos testificando a su favor. Dejó viuda y tres niños de corta edad.
Sirvan las líneas que hoy hemos traído al periódico E.P. para reavivar la memoria de algunos y dejar firme testimonio de unos hechos totalmente reales y verificables. Por desgracia, no todos los pueblos contaron con personas que arriesgaron sus vidas para evitar la terrible represión de los sublevados contra la República. La mayoría del clero estaba del lado de los golpistas, pero no era el caso de don Rufino. Y escasísimos fueron los presidentes de las comisiones gestoras nombradas por los fascistas que se enfrentaron a los matones de camisa azul. Don Fulgencio sí lo hizo. Por ello, en el año 1984, siendo alcalde el regionalista Eloy Gutiérrez Montero, se honró la memoria de estos dos héroes, en un entrañable acto que congregó a todo el pueblo.
Leandro García Rodríguez, que fue primer teniente de alcalde con aquel Ayuntamiento del Frente Popular, y Doroteo Gil Blanco, concejal del mismo consistorio, a los que conocí ya en su tercera edad de la vida, estaban orgullosos de ser republicanos y de izquierdas. Los dos me dieron detallada información de aquellos aciagos años y me emplazaban a dar conocer tales sucesos, para que las nuevas generaciones no los olvidasen y supieran honrar la memoria de quienes lucharon por una España republicana. Una España donde la Justicia Social fuera su seña de identidad y se terminaran las enormes desigualdades que imperaban, y siguen imperando, en ese país, al que los herederos ideológicos de la barbarie han vuelto a lomos de sus jamelgos apocalípticos.
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Después de este épico, glorioso y patriótico (no patriotero) relato, ya solo nos queda llamar a nuestros poetas, por ver con qué poemas nos regalan los oídos hoy. Ismael Carmona García nos trae el poema “Maleta”, de su poemario “Pan i Verea”, donde, en sus solo trece versos, nos pinta un “orizonti sin luna ni tierra, sin sol ni cielu”. Mucho penar de noche y mucho sentimiento romántico camuflado entre sus estrofas.
—MALETA—
Me queannamásena faldiquera
larga verea i orizont
i sin luna ni tierra, sin sol ni cielu.
Del mi aginaeruhagucamino
5 cuya longuramidi lo mesmu
que las cosas que no pueinmedil-si.
Me hieri la hienda i se hundi
pondi se vei i se sienti.
Rexostroneupaí el mi hondón,
10 que ora es tierra baldía.
Orihoscu, arrecuca-mi.
Desque ora ain días, espenucanochi,
quandutu.
¿Qué nos trae nuestro “Poeta de la niebla”? Pues parece que se olió lo de las hormigas de nuestro primer tramo de esta crónica. Abandona, por el momento, su desgarrado romanticismo, y no brinda el poema “Formicidae”, de su poemario “Mis Pinchos y Flamantes Bichos”.
FORMICIDAE
Calculan biólogos expertos en el tema
que, en el planeta Tierra, se pueden contabilizar
hasta diez mil billones de hormigas. ¡Ya son billones!
Un millón de ejemplares por cada uno de los seres racionales
que andamos con dos pies por calle y carretera.
No irán descaminados. Harto estoy de ver
innumerables filas indias, en verano y primavera,
de hormigas que alteran geografía abriendo serpenteante senda
entre broza y pastizal, ora verde, ora color siena.
Hormigas negras o, tal vez, negras y rojas.
Una tras otra, sin darse un respiro, trabajando de forma agotadora.
Jamás se cansan. Laboran a pecho descubierto
y muchas caen a diario en la lucha por la vida.
Mis botas procuran sortear espesa hilera,
pero me abstraigo con mis versos, y mis suelas
se suman al conjunto de verdugos. Imposible evitarlo.
Tampoco las pueden esquivar las vacas, los burros, las cabras, las ovejas
y los modernos motores que aturden campo y dehesa.
En internado de escolapios, nos proyectaron La Humanidad en peligro.
Su director, Gordon Douglas. Miedo grande
ante gigantescas hormigas. Ficción no se vuelva realidad. No lo creo.
Son mis amigas y solo de mis casillas me sacan hormigas rojas,
irritándome la piel con sus ácidos fórmicos
si oso invadir tronco grisáceo de la higuera,
donde ella es dueña y señora y golosea del higo y de la breva.