Félix Barroso Gutiérrez
Los días del estío, como estos del mes de agosto que estamos atravesando, con una infernal ola de calor que ha llegado con retraso, pero no por ello nos ha dejado de azotar con su jopo rojísimo y ardiente. Dándonos con un canto en los dientes por encontrarnos en los septentriones cacereños, donde la calorina, al menos, se suaviza por las noches y podemos dormir a pierna suelta. Más abajo, geográficamente hablando, en la penillana Extremadura y las tierras andaluzas, el mercurio se dispara tanto que el agobio sudoroso abate a los paisanos.
En las primeras horas de la tarde de estos días agosteños y de prácticamente todo el verano, el pueblo se sumía en un profundo silencio. Hablamos de tiempos que se fueron para no volver. Era la hora de la siesta. Nos obligaban, siendo muchachos, a quedarnos en casa, para evitar que fuéramos a dar la lata a los vecinos, madrugadores como ellos solos y que tenían todo el derecho a recuperar sueño perdido. Pero mi rebelde persona, contando ya con doce o trece años, se escapaba por la puerta de atrás y, calándome el “chaperu” (sombrero), me salía por esos trigos de dios y del diablo. Caminaba por sendas polvorientas, sorteando jaras y pisoteando crujientes pastizales, lívidos por la mordida del sol.
Atrás quedaba la terrosa aldea, sepultada en la hoyanca de la siesta. Solía sentarme bajo copuda y recia encina y, desde tan rústico trono, divisaba el enrarecimiento lechoso del entorno, debido a la neblina producida por la reverberación del sol. Pero pese a las plúmbeas calmas de tales horas, la vida seguía a mi alrededor:hormigas yendo y viniendo;mariposas revoloteando en el zarzal; atezados coleópteros, cual carros blindados en miniatura, trepando y bajando por enanas lomas; milanos planeando en lo alto; pajarillos multicolores desgranando pentagramas en ramas de quercíneas y moscas, muchas moscas y moscones zumbando, pegajosos, en inasible vacío, con sus pelúcidos élitros.
Otras veces, junto con otros cuatro zangones, buscábamos, con morbo, la compañía de un vecino, solterón, al que llamaban Jacinto, aunque su verdadero nombre, era Enrique. Cerrada barba entrecana, abiertos y escocidos ojos, boina apolillada y panas con olores a monte. Nos juntábamos, huyendo de la solanera, bajo una higuera centenaria, en un huerto situado en la margen izquierda del arroyo de “La Juenti” o de “Las Clavellínas”. De Jacinto se decía en el lugar que le cogió “un mal airi” y no “andaba mu entonau”. Pero era buen amigo mío y me contaba muchas cosas de otros tiempos y ciertos secretos escondidos en los rincones más recónditos de aquel pueblo de moleñas y pizarras. Me daba mucha pena cuando venían, desde Plasencia, señores de bata blanca, en su búsqueda. El cielo se abría en enorme zigzag de tajadura al oír romperse, en angustioso grito, tenso delirio de cuerdas vocales. ¡Y cómo retumbaban los desgarros en la muda modorra de la siesta!
Pasaron aquellos tiempos y dieron en endurecerse nuestros esqueletos. Bien creo que a alguno de mis hemisferios cerebrales lo fue amansando el propio peso de los años, aunque mi rebeldía innata todavía se resiste al sopor de las siestas agosteñas. Si acaso, solo un planchado de oreja sobre canapé, mientras televisión, sin voz, continúa emitiendo documentales de la selva. ¿Acaso traspasé ya ciertos límites y me agarra, con sus garras, la arpía que, sádica, picotea en epidermis y ahonda y agranda arruga y cacarañas? De angustia me aspa la paz de la siesta, preludio, tal vez, de herrumbrosas paces que, a la fuerza, nos van careando hacia el prado abismal de la nada.
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Como cosa acostumbrada en esta columna, damos un galopante repaso a la situación pandémica en nuestra comunidad autónoma. Desgraciadamente, hoy, 15 de agosto de 2021, se ha registrado el fallecimiento de cinco mujeres, un dato escalofriante, pues desde el 22 del pasado febrero no había ocurrido una cosa igual. Todo un retroceso en el control de la pandemia. Tres de ellas han fallecido en residencias: Azuaga, Madroñera y Pescueza, con 98, 86 y 90 años, respectivamente. Las otras dos no estaban vacunadas; una en Don Benito, de 82 años, y otra, de 55 años, del área sanitaria de Plasencia. Se contabilizan 18 fallecimientos en lo que va de agosto y 1800 desde que se inició la pandemia. Hay 107 pacientes hospitalizados y 18 se encuentran en UCI. Dos nuevos brotes: uno en Siruela y otro en Badajoz.
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Emprendemos, ahora, las retuertas sendas, enfangadas y pedregosas, de la sociopolítica. En esta ocasión, vamos a hablar de nuestros periódicos, tanto digitales como en papel, bien fuere regionales o, tan solo lejanamente nacionales y a meterle democráticamente el dedo en el ojo a algún que otro paisano o a alguien que pasaba coyunturalmente por aquí. Esperemos que no se le ponga conjuntivítico. Sabido es que cierta prensa, siguiendo, con toda seguridad, el perfil que les marca la línea editorial que les llega de las altas esferas, se ha ido derechizando después de cierto aperturismo que conllevó los años de bonanza. Manda quien manda y ocurre no solo aquí, sino en Tegucigalpa y en Pekín.
Esa derechización no quiere decir que los periodistas de las diferentes plantillas de los periódicos que, claramente, se han escorado hacia la diestra, sean todos de derechas. Ni mucho menos. Ellos tienen que defender el pan de sus hijos y aguantar carros y carretas. Pero de lo alto de la pirámide llegan órdenes de colocar en puestos claves a quienes son “más adictos al Régimen” (conste en acta que no me refiero a ningún régimen en particular).
Todo ello lleva a que siempre tengan más cancha los columnistas y opinadores que empatizan con los elevados designios de los “lobbys” periodísticos que mueven los hilos tras bastidores. De esto sé algo, pues he sido columnista, articulista y opinador (cartas al director) en diferentes medios. Mi rebeldía, el no tener pelos en la lengua y el no callarme ante nada ni ante nadie, fue razón más que suficiente para que ciertos censores sacaran su espada flamígera y me arrojaran a la puñetera calle.
Gracias a que nunca he vivido del sueldo de escritor, sino de mi nómina pedagógica. Dicho lo cual, me da un poco por donde la espalda pierde su honesto nombre que ciertos individuos, que incluso pueden ser abogados y cualificados técnicos de la Administración, nacidos en esta tierra bellotera, puedan airear en cierta prensa el orgullo familiar de su ascendencia franco-fascista. Lo de “franco” por ser sumisos lacayos del franquismo y voceros convencidos de la necesidad de un golpe de Estado el 18 de julio de 1936 y de una guerra civil y una represión genocida que todavía tiene bajo la tierra, fuera de los camposantos, a más de 120.000 españoles, asesinados por pensar de forma diferente. Lo de “fascista” porque fueron leales, a conciencia, con un régimen totalitario, donde las libertades brillaban por su ausencia y se asesinó impunemente hasta que el sátrapa Francisco Franco tuvo la suerte de morir en la cama, cosa que no sucedió con todos aquellos a los que su mano encallecida vilmente por la pluma condenó a ser ejecutados.
Las cartas u otros tipos de escritos que envían estos señores jactanciosos de su saga familiar son publicadas en lugares destacados de estos periódicos que un día sí fueron adalides de la libertad de expresión y tuvieron directores que, en plena etapa democrática, estuvieron a la altura de las circunstancias. Firmas de diferentes manos publicamos en ellos. No se nos quitó un punto ni una coma. Hasta que llegó el “Tío Paco” con la rebaja. Ancha es Castilla para dar cabida a las cartas que reescriben la Historia y lavan la cara de los colaboradores, por acción u omisión, de la dictadura canallesca. Pero no se te ocurra acogerte al derecho de réplica si osas contestar a alguna de esas cartas que ensalzan la tiranía, porque tus prosas van a parar al cesto de los papeles.
Blanquear el rostro de los que, conscientemente, con vanagloria, presumen de haber sumado sus fuerzas y sus mentes para que triunfara un golpe de Estado y se implantara una dictadura en nuestro país, es horadar los cimientos de nuestra democracia. Sépanlo bien quienes les dan campo libre en las páginas de los medios que dirigen y que, encima, se enorgullecen de no ser prensa amarillista y panfletaria. Acatar órdenes emanadas de dioses de carne y hueso que se encuentran en el firmamento y que buscan socavar nuestros valores democráticos, suponen, por activa por pasiva, devolvernos a los tiempos del oscurantismo y de caras al sol, más implacables aun que los rayos abrasantes de los soles que nos flagelan en estas fechas agosteñas,
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Sin tiempo que perder, llamamos a gritos a nuestros poetas. Ya acuden a sacarnos de los caminos encenagados. Ismael Carmona García nos regala un precioso poema en LENGUA ESTREMEÑA (con S aspirada). Aires sentimentales embargan sus versos, con el poso y el trasfondo de guerras tebanas, que son todo un guiño a la Antigüedad Clásica, como no podía ser por menos en un profesor de Latín y Griego.
—ENTERRÍA TEBANA—
Ananpola mi sangri
sangrijuelas que son
los recuerdus de ti
que contri más en ellusparu,
5 más el cuerpu se concaleci.
La sangri, que nelpuertu
del coraçóns’estrumpi
contra los rompiolas,
calefateanavisd’esperança,
10 que no son botás por nengúnarriscauAquileu
Corri parsimoniosa
por venas renegrías
de tantu que t’odiavan,
cola solenidá el sol que amaneci
15 el día en que s’espera
vitoria en una guerra.
Sangría, sangría, sangría!
Que caiga sangri en açafatiprata;
regai con ella la senara
20 de quien provocó tantu mal,
á si assinaveiabarbal dela tierra
el frutubotu que azei las entrañas
que antañu las creíva puras.
[82] Te veuel’alma aburría
25 comutristi higuera
que no da ducifrutu
en el calorosuveranu.
Sienta-ti a velcrecelbaxu las nuvis
escuras de Teba maldita
30 al iju dela mi entisnásangri
i dela tu empercuíaessistencia.
(Del poemario: “Pan i Verea”)
El “Poeta de la Niebla” cambia de poemario, pero siguen desfilando los versos amorosos. Un encuentro en Marrakech, donde la obsesión por el azul continúa pesando sobre los versos. Seguramente, los ojos añiles de la amada convierten en azul todo lo que tocan.
AZUL INTENSO
En esta muerte que se me encaramó
sobre hombros de mi muerte,
también me asalta el fuerte
bastión donde mi memoria quedó
a salvo (nunca inerte)
romántico recuerdo que me hirió
por dentro y aún sangre vierte.
Me llegó sin saber de qué ribera:
si de mar o de río.
Mi loco desvarío
se prendó de tatuaje en tobillera
y de aquel que, sombrío,
buscó la oreja y se orilló a su vera.
Maestría en trono y en tronío.
Todo el intenso azul del universo
Confluía en su pupila,
que a veces era lila
si a derechas no construía bien el verso.
Angelical esquila
creí oír de lejos. Mas fui Sansón converso
y fue ella mi Dalila.
Recuerdo aquel té con hierbabuena.
Marrakech era zoco
multicolor y loco.
Y yo, aún más loco, me bebí en la cena
a sorbos, poco a poco,
todo el té de sus labios. ¡Ay condena
amarga! ¡Ay añil foco
de sus ojos, terribles ojos! Manos
suyas… ¡Ay de sus dedos!:
siempre buscando enredos
con los míos. Dedos para teclear pianos.
Capeando por los ruedos,
mordiendo prohibida fruta de manzanos.
Jamás tabúes y miedos.
(Poemario: Desde la nada)