Félix Barroso Gutiérrez
Quedamos ya atrás el día de los Reyes de este segundo año pandémico. Curiosamente, por muchos pueblos de estas tierras de moleñas y de esquistos, con más afectos, compadrazgos y otras relaciones sociohistóricas y socioeconómicas con la zona salmantina que con las “Ehtremaúras bajas”, el nombre de Reyes, al contrario que en otras partes, es de género masculino. Pasa como con el de Mercedes. Los monopolizan casi en su totalidad los hombres. Rara es la fémina que lo lleva. Los Reyes Magos de nuestras infancias nos traen ecos de aquel modesto Nacimiento o Portal de Belén que se montaba en la iglesia parroquial y que, ante nuestros ojos de chavales de un perdido pueblo del medio rural, nos parecía enorme, irradiando magia por todos sus musgos y sus papeles de plata que imitaban ríos y gargantas.
Nosotros contribuíamos, con nuestras manos infantiles, a rebuscar el esponjoso y reverde musgo por los huertos congelados entre escarchas invernales. Nos delectábamos mirando a los tres Magos de Oriente, montados en sus camellos, y nuestras mentes se llenaban de sueños e ilusiones.
La noche de Reyes se esperaba con ansiedad atiborrada de colores y de músicas celestiales. En la cama, luchábamos contra el dios Morfeo, que pretendía cerrarnos las pestañas de los ojos. Afinábamos el oído, con el fin de escuchar por las calles mal empedradas y con charcos de agua achocolatada el sonoro traqueteo de los cascos de los camellos. Nos levantábamos varias veces del lecho y nos asomábamos al balcón o a la ventana. Pero el pueblo estaba sumido en un profundo silencio, solo alumbrado malamente por bombillas de luz amarillenta y aguantando estoicamente el cuchillo de la helada. El sueño ganaba la batalla y no despertábamos hasta bien entrada la mañana. Saltábamos de entre las mantas, bostezando, y acudíamos volando a mirar nuestras humildes botas o zapatos. Lo más seguro es que no hubiera ninguno de aquellos regalos que les habíamos pedido a los tres Magos en la carta que nos mandaba redactar el maestro de la escuela.
Muchos zagales, la mayoría, hijos de jornaleros o pelantrines, solo veían, junto a sus calzados, alguna naranja, alguna diminuta caja de anguilas de mazapán, alguna muñeca realizada de forma artesanal por las abuelas, alguna “peona” (peonza) y alguna prenda para “remualsi los días de fiesta” (ponerse guapo). Solo los hijos de los más pudientes, que abundaban poco por estos lugares, exhibían, en la mañana de Reyes, cuando el pálido sol pugnaba por derretir el hielo de los tejados, algún que otro juguete comprado en la ciudad de Plasencia, o quizás en algún comercio de la población. A medida que se abrían otros horizontes con la masiva emigración hacia los centros fabriles, los ultramarinos (hoy, llamados tiendas) diversificaban los abastos.
Los sepias fotogramas de mi memoria también me traen el año en que, siendo ya crecidos adolescentes, nos dio a tres amigos por vestirnos, con ropa sacada de los arcones de nuestras abuelas, de Reyes Magos y, a lomos de tres caballos de poca monta, empleados para las faenas campesinas (los de ahora, esbeltos y de raza, solo se utilizan para pasearlos, imitando a los señoritos cortijeros), recorrimos, al atardecer, las ensortijadas calles del pueblo. No llevábamos regalos, porque no teníamos nada para regalar, pero nos trajimos detrás a chicos y mayores, formando un animado cortejo. En los años de la pubertad, cuando, junto con otros dos paisanos, salí por primera vez del pueblo camino del internado de escolapios en la localidad cántabra de Villacarriedo, a fin de continuar los estudios, también representé un par de veces el papel del rey negro, Baltasar, en el colegio. Hoy, pese a mis concepciones escépticas, descreídas y racionalistas, aún recuerdo, con gran cariño emotivo, aquellos tiempos austeros, sencillos, siendo uña y carne del nicho natural y ecológico: toda una comunidad vecinal en la que se nos enseñaban a luchar por la vida y a desarrollar las virtudes de la hospitalidad, solidaridad y apoyo mutuo.
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Pasamos a la segunda parte de nuestra crónica y toca hablar de la calamitosa pandemia que ha colocado a Extremadura a la cabeza, desde que se inició el presente año de 2021 a la cabeza de contagios del Covid-19. Ayer, sábado, día 9 de los corrientes, se batió otro desgraciado récord: 1.284 positivos más. Diez fallecidos más: Castuera, Esparragosa de la Serena, Talarrubias, Montijo, La Codosera, Talarrubias, Casar de Cáceres, Talayuela, Casares de Las Hurdes y Cabezuela del Valle. Se contabilizan 385 contagiados hospitalizados y 40 en UCI. Se alcanza la tasa de 799 casos por cada 100.000 habitantes, duplicándose los 350 de la media nacional. Como decíamos en nuestro anterior capítulo de esta “Agenda de la Nueva a-Normalidad”, las consecuencias de no haber restringido la movilidad en el puente de la Constitución, la tardanza en realizar cribados a la población, el negarse los positivos a facilitar nombres de algunos de sus contactos directos, el silencio tácito de los que temen perder el puesto de trabajo o el despiporre en las fiestas navideñas, está dando desastrosos y letales frutos. Si seguimos a este paso, acabaremos todos confinados. La responsabilidad de tan lamentable desbarajuste abarca a cientos de individuos. Es muy lógico que, en las encuestas que se barajan, siete de cada diez españoles pidan medidas más drásticas para combatir la pandemia.
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Subimos el tercer peldaño y entramos, señalando con nuestro dedo democrático y justiciero, los males de los que adolece, algunos bastantes serios, nuestra realidad sociopolítica, a tenor de las informaciones que nos llegan y que procuramos contrastar con toda seriedad y rigor. Los sables, aunque algunos ya oxidados y mellados, siguen siendo arrastrados por gente de muchas estrellas, a los que de nada les sirvió sus contactos con los militares demócratas europeos en misiones conjuntas realizadas en diferentes puntos del globo. En vez de contagiarse virtuosamente de los valores castrenses pero democráticos de sus colegas europeos, siguieron con la infección franco-fascista que les inculcaron en sus academias militares. La vil osadía del teniente general retirado Emilio Pérez Alamán, enviando una carta a la ministra de Defensa, Margarita Robles Fdez., después de que esta pusiera de palabra, no de hecho, firmes a los militares franquistas, conspiradores y perjuros que días atrás firmaron manifiestos de claro matiz golpista, es otro claro intento de subvertir la democracia de este país. Margarita Robles condenó los conatos de amotinamiento en la pasada Pascua Militar (6 de enero), celebrada en el Palacio de Oriente. El jubilado teniente general es el mismo que, en el verano de 2018, firmó un manifiesto, junto a otros militares, de desagravio a Franco y justificando el golpe de Estado de julio de 1936. Sus declaraciones sobre “El Generalísimo”, que es el nombre que siempre emplea para hablar del genocida general Francisco Franco, del que dice que “siempre continuará en la vanguardia”, se han sucedido de manera reiterada después que pasó a la jubilación. Antes, calló como un muerto. Con motivo de la exhumación del dictador del Valle de los Caídos, vertió duras palabras, oponiéndose radicalmente a tal hecho y pidió “sacar a España del diabólico laberinto en que la han metido”.
Ante lo que estamos presenciando un día sí y otro también, no bastan, señora Margarita Robles y señores del Gobierno de la nación, una condena de palabra. Las palabras se las lleva el viento y ya vemos el caso que les hacen esos militares trasnochados, fascistas y dispuestos a erigirse en salvadores de SU PATRIA, no de la patria de todos los españoles que se consideran depositarios de los valores democráticos. Afirmar que en la mesa del Consejo de Ministros “pocos pueden salvar los muebles” y lanzar veladas amenazas si no apartan a los “ministros díscolos”, supone pisotear miserablemente determinadas líneas rojas y esto no lo puede tolerar el Gobierno de la nación. ¿Se va a conformar este Gobierno con un rapapolvo, va a ser cómplice con su silencio o, por fin, va a agarrar al toro por los cuernos y, con valentía, llamará a capítulo a todos esos militares, jubilados o en activo, retirándoles estrellas y galones, nóminas y pensiones, erradicando de una vez por todas el cáncer antidemocrático?
Medidas contundentes también debería tomar el Gobierno de coalición contra los medios y las formaciones políticas que azuzan al golpismo, que son los mismos que, ante el asalto al Capitolio de los EEUU. de Norteamérica por parte de las huestes de la extrema derecha, seguidores del supremacista, homófobo, negacionista y racista Donald Trump, en cuyo espejo se miran, han respondido saliéndose por la tangente y contratacando con espurios razonamientos. Comparar el asalto al Capitolio por las hordas ultraderechistas con la convocatoria, en España de “Rodea el Congreso” (octubre 2016), organizada por el colectivo “Plataforma ¡En Pie! y autorizada por la Delegación del Gobierno en Madrid, cuyo fin era pedir MÁS DEMOCRACIA, carece de toda lógica y razón. Las formaciones conservadoras, neoliberales y de ultraderecha (VOX ni quiera ha elevado la mínima crítica contra el asalto del Capitolio) han hecho causa común, una vez más, mostrando su verdadera faz, para criminalizar, llevados por el odio que derrite el rímel o las legañas de sus ojos, a los partidos, asociaciones y plataformas progresistas y de izquierda de este país. ¡Qué curiosa la reacción del “Trifachito”! Traen a cuento malévolas comparaciones y, desmemoriados adrede, no mientan el golpe de Estado del 23-F, en el que estaba metido hasta el pescuezo el Borbón fugado a Los Emiratos Árabes y al que tanto defienden y blanquean (autogolpe). Los libros y artículos que lo confirman están en las hemerotecas y en las librerías. Nadie ha salido a desmentirlo. El Gobierno ha rechazado esa comparación y pone en alerta a los españoles acerca de ese discurso de saña y rencor que están sembrando en España y que pone en tela de juicio la legitimidad del actual gabinete gubernamental.
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Y vamos ya a poner los pies en el cuarto y último peldaño y subir más relajados la escalera de la mano de nuestros admirados rapsodas. Ismael Carmona García nos presenta hoy el poema “Carrigüela”, perteneciente a su poemario “Pan i Verea”: todo un bien hilado repertorio de versos en “Lengua Estremeña”, donde el sentimiento rezuma a flor de piel.
CARRIGÜELA—
El mi coraçón s’adoleci
pola mañana al dispertal-mi solu.
Esti matahogazu d’acordal-si
en baxu’l sombraju que me cantea
5 las gotas de lluvia andi no ai sequía
m’acomolga i mesmu m’apressogan
los sonis dun cielu naranja
ataraçau por culebrillas.
Espera comu edá que espena
10 sinas movicionis dun sol d’antañu
alampandu estorias, mitus i grorias
la querencia. En subiendu la verea
se sienta en vera’l caminanti
que ahila andi acarician
15 las palabras que clissan el sentil.
Si la carrigüela supiera agora que s’enrea
ena essencia concalecía
duna moceá que s’arruta
deque se barrunta l’assencia
20 del herrumbrosu calambucu…!
Peru nunca la carrigüela
atienta los deus los más solitarius
que’l sombraju precuran
arremollecíu pol rocíu,
[24] 25 si empunta las sus gotas
andi no essisti la sequía.
De la mano cogidos también vamos con nuestro “Poeta de la niebla”, que, metido en sus soledades y agonías tan brumosas, nos arroja un nuevo poema de su libro: “Con la soga al cuello”:
JURAMENTO
Al fresco me trae todo lo tuyo,
me importa un huevo huero –me dijo.
Y yo callé porque, en tiempos, le importé
más que bastante, y me respondió siempre
asintiendo con medidos silencios.
Hoy, puede que, aunque no tenga en su piso
un gallo mañanero, haga cruces
y me niegue más veces que San Pedro.
Siempre antes del alba y sin renunciar
a ser más atea que este insurrecto.
Con mi mano izquierda, jurar puedo
sobre libro de La Conquista del pan
que sentí alocada y sana pasión
por saber todo de Ella. Era el sino
de mi razonada y alta sinrazón.
Juro que juré en muy rara ocasión.
Puede que en ninguna. Pero si andaba
Ella por medio, no con una mano,
con las dos, en amoroso arrobo,
juraría hasta en los mismos Evangelios.
¡Lo llevo claro! Cuando Ella apostrofa,
rechinan ruedas de un carro. De burro
no se apeará, aunque en muslo lleve llaga.
Si el viento la veleta no la mueve,
seré yo el que juegue a la ruleta.