Margarita Lázaro

"Quién iba a pensar que me iba a pasar esto a mí y que iba a terminar aquí". El que habla es Antonio, madrileño de toda la vida, y el aquí al que se refiere es el comedor social de San Vicente de Paúl, en la calle General Martínez Campos.
Desde hace un mes, cuando se le acabó el subsidio del paro, viene aquí a diario. Igual que otras 549 personas. Para muchos ésta es la penúltima opción antes de quedarse en la calle. Claro que algunos, como él, ya no tienen techo donde vivir.
Con su bandeja en la mano, Antonio espera a que le toque el turno de que le sirvan la comida. Hoy de menú hay lentejas, huevos fritos con chorizo y naranja de postre. El que quiera también puede pedir café. El comedor se organiza como los universitarios o como los de los restaurantes de los aeropuertos. La diferencia es que aquí no hay que pagar, sólo sellar un ticket antes de ponerte a la cola. Además en este centro no se habla de viajes ni de apuntes. Las historias que se escuchan en las 21 mesas que lo componen son muy diferentes. Aquí se oye hablar del lado más amargo de la crisis.
Antonio se quedó sin empleo hace cinco mes. Trabajaba en Bilbao como ajustador matricero hasta que un buen día le dijo su jefe: "Lo siento Antonio, pero los que son fijos se quedan. Los temporales como tú se van". Cuenta que prometió llamarle en cuanto saliese un nuevo proyecto, "por eso no me apunté a las listas del paro, porque creía que no tardaría". Y ni salió ésa, ni otras oportunidades. "Cuando se me terminó el dinero y viendo que en Bilbao no tenía nada que hacer, me vine a Madrid con mi coche. Es lo único que tengo, guardo en él todas mis cosas y por las noches lo uso para dormir", continúa. Su hijo, que vive con su ex mujer, le da el dinero suficiente para que pueda pagar un garaje donde guardarlo. Por la noche lo lleva a "algún aparcamiento que parezca seguro" y se echa a dormir.
Pero Antonio no es el único desempleado al que la actual situación económica lo ha llevado hasta este centro. "Claro que se nota la crisis, Hemos pasado de unos 250 comensales diarios en 2007 a 550 en 2009", cuenta su directora. Aquí hay dos turnos de comida: a las 12:00 y a la 13:00. Luego está el de las 11:00. Es el turno de las familias. "A esa hora damos comida para que la gente se la lleve a casa. Lo que hacen es traer los recipientes y les servimos tantas raciones como comensales tengan", cuenta una voluntaria. "Ahí es donde se ha notado más la crisis, por ejemplo hoy han pedido comida para 180 personas cuando lo normal era que se solicitase para unos 20 o 30", continúa.
Un techo, la prioridad
El perfil de los usuarios de este comedor, hasta que llegó la crisis, era el de hombres extranjeros, pero ahora las cosas han cambiado. Cada vez hay más españoles y más mujeres. L.F.P, que no quiere dar su nombre, viene aquí con su mujer. ¿Por qué? "Tú que crees", dice resignado. Va a hacer dos años que está en paro y ya se le ha agotado el subsidio de desempleo. Ésta es la única opción que le queda para poder pagar el alquiler de su casa y no acabar en la calle. Ellos no son los únicos a los que le pasa. Muchas de estas personas prefieren comer aquí para poder pagar su hipoteca o su alquiler.
Al contrario que a Antonio, a este madrileño de 43 años todavía le da vergüenza reconocer que ha tenido que recurrir a este servicio. No le gusta su situación pero tampoco la ve fácil de solucionar. "¿Dónde voy a encontrar un empleo si no lo hay?", dice. Y es que aunque ha trabajado de muchas cosas, ha centrado su carrera profesional en la construcción, el sector más castigado según los últimos datos de la EPA.
Felipe lo sabe bien. Ha estado toda su vida en la obra hasta que hace nueve meses se quedó sin trabajo. Ahora le es imposible encontrar uno nuevo. "Tengo los pies en carne vida de tanto andar, pero no hay trabajo ni en la construcción, ni de guarda jurado, ni de nada", dice. Y claro, para poder vivir no le ha quedado otro remedio que acabar viniendo aquí. La primera vez que entró por la puerta del centro fue en el mes de febrero y desde entonces no ha dejado de hacerlo. Ni de momento tiene intención de hacerlo. El día que encuentre un empleo destinará su sueldo a pagar un techo donde vivir y dejar la calle, donde ha tenido que instalarse. Es su principal prioridad.
Menú de restaurante
"Yo creo que se come exactamente igual que en un restaurante. Creo que no hay ninguna diferencia entre este menú y el que sirven en los bares", dice. El responsable de surtir de alimentos a las Hermanas de la Caridad, que regentan el centro, es el Banco de Alimentos de Madrid (fesbal). Allí también se nota la crisis. "En sólo un año hemos experimentado una subida de un 40% en nuestras peticiones", cuenta Agustín Alberti.
El de San Vicente de Paúl no es el único comedor al que surten, ni muchos menos. Y es que lamentablemente la crisis ha puesto los comedores sociales de moda. Uno de los más famosos es el del Ayuntamiento de Móstoles. Allí su alcalde, Esteban Parro, ha firmado un convenio con la presidenta de la Hermandad de San Simón de Rojas para dar de comer a los desempleados de esta ciudad situada a las afueras de Madrid. Funciona desde el 2 de marzo.
Y es que aquí se ha pasado en un año de 9.500 a cerca de 15.000 desempleados, de los cuales 4.000 no reciben subsidio de desempleo. Éstos son los que cumplen los requisitos del consistorio para poder hacer uso de esta iniciativa. En San Vicente de Paúl eso no es necesario. Aunque las verdad es que la mayoría de sus comensales son parados.